Me apetece hablar de música. La
música mueve el mundo: los pies, los muros, las manos, los dedos, los tangas y
las luces rojas. Suena en el portátil una vulgar playlist de La Casa Azul escogida por
youtube. Luego lo compensaré con un poco de Bunbury sin Héroes porque admiro lo
singular por encima de lo plural. En aragonés. Enrique ha pescado la trucha, la
ha horneado, aliñado y emplatado; él y sólo él, sin Valdivia ni Andreu, ni
tampoco Cardiel. Sobre un mantel blanco de hilo un puñado de comensales olemos
al pececillo sin guarnición y, después, lo engullimos sin miramientos ni muecas.
Hasta que nos empachemos. De Bunbury hasta las espinas.
Admiro a los compositores. Los considero artistas con mayúsculas; un
relato lo escribe cualquiera, una poesía muy poquitos y una partitura sólo los
virtuosos.
El gusto, el mío, el tuyo o el de cualquiera es esclavo del calendario. Hoy me encanta Amaral. Así, sin miramientos, me encanta; pero no le prometo invitación con lazo rosa, pajarita, brindis con padrinos, tarta y barra libre. No. Mañana no descarto abandonarle por algún tacón largo y faldita corta y no quiero reproches ni mensualidades por divorcio que pagar.
El gusto, el mío, el tuyo o el de cualquiera es esclavo del calendario. Hoy me encanta Amaral. Así, sin miramientos, me encanta; pero no le prometo invitación con lazo rosa, pajarita, brindis con padrinos, tarta y barra libre. No. Mañana no descarto abandonarle por algún tacón largo y faldita corta y no quiero reproches ni mensualidades por divorcio que pagar.
Al pop noventero no le perdonaré jamás. Me engatusó en plena
fiebre adolescente, cuando los delirios me impedían ver más allá del sábado por
la noche. Creía que Urquijo, Quique González y amigos me guiarían a alguna
cabaña romántica con hoguerita y manta en el que guarecerme hasta que dejase de
diluviar. No. Él y sus Secretos, La Guardia, Modestia Aparte, La Fuga y demás
mentirosos de postín me regalaron un mapa en el que los caminos me devolvían a
lo oscuro. Andaba en círculos dentro de una habitación repleta de letras amarillo
huevo. Sus canciones cortaban a tijera el fino celofán que un minutero reconstruía
en duras jornadas de sol a sol. Me costó pero les dejé y me vendí a los Killers
y a los Smiths y a Coldplay. Quizá dijesen lo mismo pero yo no me di
cuenta. Por una vez (y no más) agradecí que cuando unos aprendían el genitivo sajón de Shakespeare, Paula (o como se llamara) y yo nos escribíamos cartitas en la
lengua de Cervantes.
El heavy, como el
punki, pasó de moda. Compartí habitación durante varios inviernos con Axel Rose
en versión poster gigante y sus casetes Use for Illusion I y II. Ruido y gritos
a partes casi iguales provocaban el delirio de una generación con camiseta
negra, cinturón de cuero y Conversse. Dudo que los pollos de hoy sepan ahora
quién es ese melenudo gritón que acompañaba a la guitarra del virtuoso Slash. Ahora lo que se
lleva es el reggetton. Letras sin bragas en la que los jovenzuelos huelen
sábanas sudadas y flujos corporales. Un tal Juan Magán suma más de sesenta
millones de reproducciones en el youtube con un temazo que repite “amor” y
“hoy” más de quince veces. La infidelidad obsesiva viene provocada por sujetos
irresponsables como este calvito con ritmo quien no es consciente de su culpa
en la promiscuidad sabatina de chicos y chicas con gorra y bragueta bajadas.
Por
cierto, con MGMT tuve un rollito; nada serio. A veces es bueno alargar la noche
aunque para ello tire de unas copitas de balón con poco hielo y antifaz negro. La noche se tragó al día. Lo pasamos bien durante un ratito. Escuché Time to
Prend y Kids, incluso Electric Feel. Pero subí la persiana y bajo el sol había
casi nada: usar y tirar sin reciclaje posible. Seguro anda dando minutos de
placer a algún desengañado con las pestañas cerradas.
Leo
que los U2 se han comido el Sant Jordi sin patatas ni mostaza, casi sin aliñar.
Tras salvar unas ballenas en el Ártico y rezar con los Lama en el Himalaya Bono
ha vuelto a ponerse una chupa y a cantar bien. Nunca fui de U2, ni de los
Rolling, ni de AC&DC ni de casi ningún grupo de masas. Me agobian los miles
de gropies de la mano de sus novias orgullosas y detesto hacer colas para mear
más largas que una canción de la que no me sé la letra. Me pierdo shows irrepetibles, lo sé y
pretendo seguir así y poder pagar una caña sin empeñar mi bicicleta del
Decathlon.
Los modernos escuchamos durante un tiempo a Love of Lesbian,
a Dorian, Supersubmarina, Sidonie, y a
Vetusta Morla; el orden de los factores no altera un jarrón de chino similar. Nuevos
indies con guitarras más caras que talento para tocarlas. A Balmes le he visto cinco
veces y me he divertido mucho rodeado de barbas, camisas ajedrezadas y gafas de
pasta, algunas sin cristal. A Vetusta alguna menos. Estos, esos y aquellos han
metido en una pecera un montón de papelitos con una palabra escrita en Times
New Roman tamaño 14, bien doblados, agitados y mezclados, y los han extraído al
azar. Un genio con camisa ajustada de manga corta y calzoncillos a cuadros los
ha escrito en riguroso orden de salida y, con una guitarra y un teclado ha
compuesto un hit. Y suena bien. Meritorio. Mucho.
Ojalá
entendiese lo que dicen Los Planetas. Dicen los que han leído todas sus letras
que son maravillosas. Yo entendí un par y doy fe de que parecen poesía. Luego
escuché unas cuantas más y exijo un traductor.
Hoy en el Corte Inglés ha sonado lo nuevo de Manolo García.
Don Manuel. El maestro del sin sentido. Es bueno, también para comprar cremas y
colonias, hasta la Cara B. Vale de hablar, y de leer y escuchemosle. Yo a Manolo y tú a quien quieras.
Pincho como un Burro amarrado a la puerta del baile y echo a volar.