Martes de despedida. Adiós. Hasta siempre. Esta noche
entierro mi sardina bloggera. Mañana no escupiré palabras en el experimento
Rigalt y no sé si lo echaré de menos. Son las 22:51 y nadie sabe qué ocurrirá
a las 22:52, así que predecir el mañana me resulta obsceno. Los cuatro restos que quedan de la sopa de letras cocinada hace
siete días no dan para un octavo. Demasiados días de cuchara lo han dejado vacío. Cuando uno no tiene nada que decir lo mejor es callar.
Sólo ojos abiertos y oídos limpios. Ya son las 22:53 y he parido 47 palabras. Están amontonadas, no compuestas. La reina madre de la
sabiduría es Google. Tú le preguntas y ella te da soluciones. Hoy me ha guiado
por toda Zaragoza. Desde el Camino de las Torres hasta el fin del mundo en
busca de un sofá cheslón y todo lo que le rodea donde poner mi culo y un teclado.
En una casa es imprescindible un ordenador con office. A la mierda los
románticos de la pluma y la tinta. Con Word escribimos y borramos las veces que
queremos y no quedan tachones. Siglo XXI. Escribamos más y hablemos menos. No
es necesario consultar a la RAE para hacer relatos interesantes. Desde SER, ESTAR,
HACER E IR nacen ideas maravillosas. Verbos comunes; como mis días. Te reto a
que te confieses durante siete noches. Medicina mental. Yo al séptimo
he descansado. Eso sí, mi experimento se alquila pero no se
vende.
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