La
felicidad cubre el teclado con una nube opaca, luminosa y dulce. Ese azúcar
rosa y virgen impide que las yemas de los dedos se deslicen arrítmicamente
entre puntos. Maldigo mil veces a la felicidad si lo que tengo en
frente es un rostro pálido. Hoy por fin ha oscurecido. Sonrío. El teclado es
ahora lúcido.
Adoro
la noche. Yo soy más yo cuando, tras el cristal, los ojos esféricos parpadean en
ámbar y los neones delgaditos invitan a una copa con o sin postre. Hoy las
vecinas no duermen y los búhos hacen guardia permanente por lo que pueda pasar. Esta miscelánea de
plumas y retinas circulares vigilan que la señora del visón descanse y la
jovenzuela del quinto baje a tentar al jovenzuelo con su fino violín y faldita corta. Yo las
deseo. Ya lo dijo Orwell: Lo mejor de una tentación es caer en ella.
Hoy me
apetece escribir apoyado en una barra golfa. El maestro Muñoz Molina reconoce
haberlo hecho en su última novela (insufriblemente densa cual polvorón). Ha
escrito por instinto, a bocanadas. Tragos de realidad y ficción demasiado cargados,
con mucho hielo, sin orden ni concierto. Dice que, en ocasiones, encontró
caminos sin salida y que, simplemente, volvió atrás. Es un tipo listo; seguro
dejó alguna miguita de pan para saber volver a la senda correcta.
Qué
fácil es decirlo cuando tintas la barba en claroscuros, entonas acento jienense
y talento infinito. Tú juegas con ventaja amigo mío. Tú eres Muñoz Molina y yo
un treintañero despistado tras un remolino de minutos curvos.
El
camino correcto se esconde entre trescientos sesenta grados de muchas sendas y
algunas (no muchas) autovías asfaltadas. Me encuentro más cómodo en la cara
norte que en la sur pero reconozco que, de vez en cuando, miro de reojo más
allá de Despeñaperros e incluso levanto faldas escocesas cual manolarga despistado. Sólo
mirar. No tocar.
Para encontrar la autopista al cielo hay que tener la sed
justa y la lengua educada para reconocer el mejor caldo. No vale con un trapo
ajedrezado en la muñeca, sonrisa chinesca y buen rollito. Paciencia porque un
par de raciones de arroz tres delicias de medio tenedor fast food quizá te asqueen antes de que llegue un Goxua maravilloso. Tu
estómago no admitirá más bocados y ese pastel del sur vasco se lo comerá el siguiente
comensal suertudo. Hay que saber esperar y, sobre todo, saber descartar lo que
oro parece y plata no es.
Algún malnacido lleva GPS en su bolsillo izquierdo. Yo los
he visto. Maldigo a los tramposos que marcan las cartas en una pocha tras la
buena comilona. Ojalá se les gaste la batería y cuando lo necesiten de verdad no
sepan dar un solo paso más hacia adelante. Yo no seré generoso. Pasaré de su dedo
autoestopista por trileros y les sacaré mi corazón manual por la ventanilla.
Jodeos. Una cosa es la solidaridad con los necesitados y otra un imbécil que
cargue con una panda de timadores en el asiento de piel de mi regional express.
Beatifiquemos
a los equivocados que se dan la vuelta, piden ayuda pero jamás hacen trampas. Francisco,
seguro, apoya mi moción.
Excelente vómito. Sigue escribiendo. Ningún camino es mejor que otro.
ResponderEliminarGracias querida tía. Idem. Sigue escribiendo.
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