Fui elegido Delegado (con mayúscula) en 3º de
EGB tras un pucherazo infame de mi querida Marilé (DEP). En 4º EGB, mayoría
absoluta. El cargo me desgastó, necesitaba nuevos retos y en 5º me presenté a
bibliotecario; por supuesto gané. Sólo un año más tarde el pueblo me pidió que
volviese y por aclamación retorné al cargo. Perdí las elecciones de séptimo.
Más. Me votaron para ser parte del Consejo de Curso de la FCOM y, después,
Decano del Colegio Mayor Larraona (68-14, otra mayoría absoluta).
Creo que con este
currículo estoy acreditado para hablar de discurso comunicativo y verbo público
más que casi todos.
La industrial televisiva está a dieta severa y hay nada más bajo en
calorías que colocar cuatro o seis sillas en la que se sienten cuatro o seis
charlatanes/as. La telefórmula de la hambruna que diría aquel. La charlatanería
no entiende de sexos sino de verbos low
cost. Un poquito de maquillaje, un vestido de rayas, un carmín rojo y a
jugar. Apoyan sus orondos culos, afilan sus lenguas en un plató luminoso y opinan.
Sí opinan.
Hacia la una menos cuarto de hoy y en adelante he
escuchado a un neo illuminati hablar de Pujol, del drama de la inmigración, de
leyes y proyectos de ley, y de educación. Y de fútbol, también de fútbol. Todo en menos de
una hora. Su verborrea catedralicia sólo parecía comparable a la de Fray Luis
de León ante a un alumnado ávido de un nuevo alfabeto: "Como decíamos ayer...". No ha dudado ni una vocal, nada; quizá seis o siete caídas de pestañas a la velocidad de un Sputnik pero nada más. Me he asustado y
después he aplaudido. Aplauso sonoro y cerrado, del bueno. Faena de dos orejas
y rabo.
Curioso como pretendo ser, ojiplático y pelopúntico, he rascado con mis cortas uñas en uno de sus sermones durante un puñado de minutos acompañado de San Google. Loco de mí, he encontrado el argumentario de este párvulo avanzado, eso sí extraordinariamente bien orado. Nada más. Punto.
Curioso como pretendo ser, ojiplático y pelopúntico, he rascado con mis cortas uñas en uno de sus sermones durante un puñado de minutos acompañado de San Google. Loco de mí, he encontrado el argumentario de este párvulo avanzado, eso sí extraordinariamente bien orado. Nada más. Punto.
Si de lo que yo sé un poquito, Fray Luis miente como un bellaco, de
lo que desconozco ¡qué sé yo! Maldito trilero. Como decía aquel, el problema no es que me haya
mentido una vez sino que jamás le podré volver a creer.
Habitamos
en un universo supra informado de titulares repletos de faltas de ortografía,
testimonios tergiversados y voces agudas que no saben combinar más de diez
palabras en clave de La sin acudir a la de Sol para imponer su mentira al
prójimo. Amontonan loas con propina de papel en la bandeja previa, o insultos
si del bolsillo sólo han salido cobres.
La mentira
o la verdad supone un puro atrezzo entre una prosa barata vociferada por encima
del micrófono vecino. Trafican con argumentos de cartón piedra y bienviven un
póker de añitos con su maravilloso continente y nulo contenido. Más adelante,
como el mal daltónico valorarán si lo azul sigue siendo lo mejor o ahora la
excelencia se pinta en rojo. Las urnas dirán.
Parlotear parece sencillo, tanto que hasta este sujeto cejudo de corbata en tonos marengo
sabe hacerlo y muy bien; pero argumentar… ¡Ay! Argumentar es demasiado complicado para
su lengua mediocre.
Y
ahora me callo, que empieza Sálvame.
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