Darling M.;
Hoy le he dado unas cuantas
vueltas de más al desayuno. Otra vez. He garabateado bocetos con los restos de
café que respiraban por última vez antes de diluirse en el fondo gris oscuro
casi negro. Corazones ceniza sobre fondo blanco en taza azul, lo titularía
algún moderno con paleta y pincel. Miscelánea de colores primarios sin rosa ni
dulce.
Te has marchado sin despedirte.
Ni hasta luego, ni adiós, ni una palabra; ni siquiera una notita, con tu letra
redondilla, sujeta por los imanes del viaje a París dando un por qué de tu
huída. Yo sí te he gritado; la última vez anoche y solo. Aquel sonido del
demonio rebotó tantas veces en los tabiques vacíos del salón que se hizo
insoportable.
La televisión ha rellenado
el vacío de tus conversaciones. Buscaba ruido y lo he encontrado tras cinco
roces de mi dedo pulgar con el mando a distancia. En un programa de cotillas y
mirones una muchacha se lavaba cuidadosamente los dientes; la rubia de ojos
claros y orejas de soplillo lucía un escote censurable mientras discutía
airadamente con su presunto amante ocasional. Tras descubrir un prominente lunar
encima del pezón derecho he apretado el botón por sexta vez. En otros tiempos
te hubiera tocado pero hoy no. Los desnudos aislados de deseo sexual tienen el mismo
efecto en mi lívido que la piel verdosa sobre el forense que rebusca con mimo
las razones de tu hasta luego.
Sobre el respaldo de la
sillita del dormitorio continúan tu albornoz y las pantuflas, y en tu cajoncito
la caja de preservativos que jamás estrenamos. Imagino que en tu apartamento
con el muchacho de la barbita, los rizos y la batita blanca que tan poca gracia
te hacía tampoco los necesitaste. Llámame y pasas a recogerlo todo, o te lo
llevo donde quieras y, de paso, hablamos. Hablamos de él, del resto y ponemos
punto y final al punto y coma que colocaste en nuestra historia para aclarar tu
cabecita loca. Cuando me lo dijiste no entendí nada hasta que lo supe todo.
¿Qué hago con tu ordenador
portátil? El virus ha infectado nuestras últimas conversaciones en Facebook. “A
la mierda los románticos de la tinta china y el papel blanco”, decías. “Aquí
escribo y borro lo que quiero y comienzo historias nuevas con el único pago de
un click”. Onomatopeyas tan poderosas
como crueles. En la carpeta 2015.doc fui protagonista principal de los relatos
con final feliz, después un secundario respondón y elegante y ahora un triste
figurante con gabardina sobre mis hombros y una maleta con ruedas para emigrar
en lo irrelevante de un capítulo insípido; uno más en el atrezo de una novelita
ligera con un epílogo que ya sé.
Lo sé. Darling, tú has
muerto y aunque hayas muerto te esperaré.
#Siempre
P.
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