El mercadeo es humano. Desde los siglos de los siglos el
señorito (da igual su pasaporte) vende al señorito lo que desea; y sus caudales y joyas
fluyen por doquier en una nube de trueques y ventas por encima y por debajo del
tapete. Hasta ahí todo normal (o no).
Pero
el españolito (que no el español) ha dado un paso más en esto del trapicheo. Escucho
que en el escándalo Acuamed las
constructoras costearon a cambio de favores y licitaciones una implantación de pelo para el
mandamás contratante. Desde entonces Fulano de Tal luce una tupida cabellera a coste cero para
sus arcas, millones para el erario público e infinito para la desvergüenza
ciudadana. Pero a Fulano le da igual; cada mañana atusa su pelo con mimo sin
más preocupación que el champú revitalizante y las titis que puede enamorar con
su nuevo peinado.
Anteayer una panda de tramposos con corbata pagaron masajes filipinos, tangas de hilo, batas, comilonas, suites,
jacuzzis con espuma, borracheras de marca y putas con una Tarjeta Black pagada
por un Gran Hermano que nadie conocía sin impuesto alguno. Economistas de
relevancia, sindicalistas, ex ministros Ratos, banqueros de alta gama y demás
ocultaron sus ojitos entre las tetas de
las prostitutas para no saber quién era el mecenas de aquellos lujosos
lupanares ni el pagador de sus tributos y gravámenes. Asco.
Y si
no parpadeamos volvemos a ver al hampa Pujol con su libretita de cuadros en la
que apuntaba mordidas de muchos ceros con billete a Andorra a cambio de concesiones;
a un parlanchín de pelo rizado canoso y gafas que daba lecciones en televisión
mientras mordisqueaba el fruto de la Púnica Granatum en la Comunidad de Madrid; a un Monedero que se salvó sobre
la bocina vía declaración complementaria con hedor a café venezolano; al trinque
andaluz, quienes entre rebujito y pescaíto se llevaban el dinero de los cursos
de formación a parados. No me olvido del Albondiguilla y la reforma de una sede
en Génova estucada con pintura blanca y fondos negros, de la Gürtel, cinturón
si traducimos esa palabreja del alemán (Señor Correa, por si no se ha enterado);
y así una lista infinita de robos y escarnios a la pecera de todos con un elemento
común: el esperpento añadido al robo.
Cada
escándalo que resuena en nuestras imprentas guarda en su partitura una banda
sonora Berlanguiana que nos hace diferentes. El folclórico nacional no sólo
roba sino que, además, saca su miembro viril y orina en nuestras calaveras sin
pudor demostrando que hace lo que quiere, cuando quiere y porque le da la gana.
La casta que decía aquel no entiende ni de colores ni de siglas sino de una
cultura tan arraigada que en cualquier rincón a izquierda y derecha sale un
listillo maestro del milagro de los panes y los peces.
Queridos,
estamos en un país que ha ovacionado la silueta tripona de Jesús Gil a lomos de
Imperioso y ha besado el anillo a mangantes y rufianes con verbo irregular y nula
ética. No aprendemos. El trinque es un mal endémico en el humano de cualquier
país pero que encima se ría en nuestra cara es denominación de origen
españolito.
Del mercadeo de escaños y sillones en el
Congreso hablamos otro día.
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