Necesito
una buena ración. Que hablen de Paquirrín, de Rociíto, de La isla de los
famosos y de la Pantoja. De cualquiera. Que lo mezclen todo. Y si no existen tramas, que las
inventen. La verdad y la mentira es una palabrita menor estos días de
realidades salvajes. Lo sabré perdonar, lo prometo. Y lo haré por pura
necesidad. Necesitamos almorzar fiemo sabroso que, al menos durante un rato,
disperse el hedor vírico. Porque ya sé que no puedo salir de casa. Sé que la
responsabilidad es mía. Sé que esto es una maldita guerra que se va a llevar
por delante las vidas de miles. Lo sé. Y lo siento en el alma. Pero necesito
que mi mente simple descanse.
Sobra casi todo. Y falta casi de todo. Cada
día es una batalla de las personas con sus miedos y los de sus contactos en
redes sociales. Los de la televisión y la radio. Y los del guasap. Ahí caen
bombas cada segundo, reales e inventadas, y resulta demasiado complejo
discernir lo malo de lo peor. Para eso necesitamos un lorito que durante un
rato, sencillamente, píe.
Contaban
que en la Guerra Civil, en las retaguardias, los soldados gastaban todo el
dinero ganado en el frente durante sus permisos de veinticuatro horas. Lo
fundían en alcohol y en sexo. En distracciones y en vicio. Lo hacían porque no
sabían si existiría mañana y, también, para olvidar lo que ocurrió ayer.
La sobre información es peligrosa, raciónenla. Lean. Escuchen
música. Dialoguen. Escriban. Caminen. Aplaudan a las ocho. Y estudien. Yo me he
bajado los apuntes de psicología y he pagado la prematrícula. Quizá, cuando
esto acabe, que acabará, será la profesión más demandada.
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