Lo peor de todo es la incertidumbre. No saber si el bicho
está aquí dentro o todavía no. O si se ha marchado. O si volverá. O cuándo
acabará todo. Lo escribo después de siete días aislado en casa (y los que
quedan), tres de ellos con fiebre y algo de tos. Ahora estoy bien. Sí, estoy
bien, coño. Toso un poco, pero estoy perfectamente. El problema radica en no
saber qué pasará mañana, porque cada minuto el decorado cambia tanto, que los
nuevos colores resultan irreconocibles para los ojitos de un ignorante como yo
(y como tú). Jamás hemos vivido nadie una historia así (ni Fernando Simón, ni
el ministro Illa, ni quienes todo lo saben, ni los que saben nada, ni la perra
miserable Ponsantí). Nadie. Lo único que hacemos es dar pasos sin más certezas
que las tristezas ocurridas ayer. Y ayer muchos, nos equivocamos.
No lo
creímos. Nos informaron mal y, aunque nos hubieran informado bien, de nada hubiera
servido. La ola venía y nosotros comíamos, bebíamos y reíamos, de tardeo y de
nocheo. La ola venía y todos seguíamos sentados. La ola venía y dormíamos a
pierna suelta. Un loco gritó y le callamos por impertinente. La ola vino y nos
hemos ahogado. El maldito bicho cruzó los Urales, los Alpes y el túnel de Canfranc, ha pinchado el flotador e infectado hasta
nuestras sombras. Las de todos.
La gente
sana, por muy oscura que sea, resistirá. Los mediopensionistas, también. Pero los
más mayores y débiles no. Muchos caerán. Lo siento por los viejos, en el alma.
Porque marcharán solitos en una habitación de hospital sin más despedida que un
sanitario envuelto en un frío plástico blanco. Hablamos con una frivolidad
de la edad que asusta: “Un abuelo menos”. Claro, hijo de puta, porque no es el
tuyo. Porque no eres tú. Porque tu mente enferma empieza y acaba con tu culo
limpio gracias al papel que has acumulado a escondidas. Y de eso quizá tenemos
mucha culpa los medios que damos cifras de muertos como resultados futboleros y
siempre con apellido: patologías previas. Me cago yo en las patologías previas.
Que un pobre anciano con asma podría vivir diez años más si no fuese por la invasión
de este puto bicho.
En
casa estoy parapetado por si viene o ha venido, que no lo sé. Y aquí estaré.
Tengo internet, tengo comida y tengo papel y tengo a Amaia. Los abuelos fueron
a la guerra obligados sin nada de eso. Y volvieron. Volveremos.
ENHORABUENA carlos. Genial tanto en la forma como contenido. Nos identificamos😞😉😝😳😍
ResponderEliminarMuy bueno!! Refleja perfectamente el sentir de mucha gente
ResponderEliminarGrande, Carlos, mucho ánimo y un abrazo virtual muy fuerte !!; volveremos y volveremos !!
ResponderEliminarVolverán los buenos tiempos.. Nos faltará gente, pero esperemos aprender la moraleja. Un fuerte abrazo
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