VERBOS EN EL EBRO
Pasear desprendía aromas de verbo
dominguero. Pasear: primera conjugación que unía a padre, madre e hijos, todos
con zapatos embetunados bajo el solcito fresco del fin de semana; por Sagasta,
por Independencia y por la Gran Vía.
Cosas del pasado. Ahora esos hijos
que son padres vuelven a utilizar el verbo pasear pero en lunes, con todo lo
que lleva implícito. Porque pasear después de poner al fuego una olla expres
vacía no es lo mismo que tras engullir una gamba con gabardina del Tubo.
Diferencias irreconciliables.
Hoy llueve. Las caras tristes
desbordan el Ebro, tanto en la orilla izquierda como en la derecha. En mi
Zaragoza las diferencias entre izquierda y derecha se redujeron a simples
siglas. Hoy los miles de Echegaray y los miles del Arrabal buscan lo mismo: una
silla donde sudar ocho, diez o quince horas, cinco días a la semana, once meses
al año. Luchan y pelean por un puñado de números necesarios hasta la
extenuación. Después caminan a casa de los abuelos en busca de un puchero en el
que mojar el pan. Punto y paro desesperante.
Desde el púlpito me invitaron cambiar
Zaragoza, a mí y a todos los míos. La heroica, siempre heroica e inmortal no
debía dar la espalda al Ebro. Yo me alegré al escucharlo y los zaragozanos, los
de la izquierda y los de la derecha, abrazamos la ribera. La ribera y algo más
para que las ocho letras de Zaragoza se escribiesen en mayúsculas. Ejercicio
obligatorio en las escuelas públicas, privadas y concertadas; en los trabajos y
en nuestras casas.
Yo ahora propongo otro ejercicio
obligatorio y selectivo. Cada mañana, antes de recoger las judías de la olla de
nuestras viejas debemos dar un empujón al Ayuntamiento; de lunes a domingo y el
lunes otra vez, cada uno como pueda, siempre en el sentido de las agujas del
reloj. Unos hacia un lado y otros hacia otro es de poco inteligentes. Poco a
poco le daremos la vuelta a la casa de
todos y sus ojos ojerosos de los lunes, al menos, nos verán pasear por las
orillas del Ebro.
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