Kleenex
es una palabra repudiada. Marginada. Discriminada. Vilipendiada. Condenada.
Censurada. Reprobada. Renegada. Abominada.
Los
kleenex los inventó algún malnacido a vil traición. Nacer para empapar mocos
con toda tu alma, con amor diría yo, e inmediatamente morir tras cobarde
asesinato merece canonización. Y quien le asesina muerte en la hoguera.
Admito
que a nadie le gusta rever y rever elementos desagradables (mocos, derivados y más).
Cosas de cultura. Ni siquiera el idioma español quiere añadir un término propio
para enunciarlo. A kleenex la llamaría palabra huérfana. Un hijo adoptivo del
inglés que no se ha integrado entre los españolitos. Desde aquí pretendo
rendirles un pequeño homenaje a estos mártires sociales.
Románticos
del pañuelo de tela quedan pocos. El pañuelo de tela es vintage, de coleccionista; un olvidado.
Yo me revelo. Que no me hablen de higiene ni de estupideces porque el buen
pañuelo de tela queda impoluto con un buen chupito de Ariel. Me revelo ante
quienes califican al pañuelo como antihigiénico y se han vendido al kleenex a
sabiendas de que los van a utilizar para después abandonarles. Malnacidos y
malnacidas. Esos modernos rápidamente se insinúan al pobre papel fino
y débil, de textura suave y, algunos, con excelente olor. Les prometen amor
eterno si empapan su nariz; y ellos, ilusos, pelean hasta el agotamiento.
Entonces, húmedos y viscosos, cuando merecen un homenaje y una buena lavadita,
le arrebatan su visado al fondo del bolsillo y lo deportan al cubo de basura
más oscuro. Allí desechos, comistrajos, cigarrillos y cenizas acaban el
genocidio. Sí, genocidio.
Mucho
listo y mucha lista hay por ahí. Mucho desagradecido que vende a los mártires
del resfriado. Sociedad de usar y tirar. Kleenex da todo por ellos y ellas, y
ellos y ellas le olvidan después de haber empapado miles de miserias.
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