Hoy no he cenado naranjas. Les guardo demasiado respeto
como para engullirlas y que su zumo moribundo languidezca por la comisura de
mis labios, de manera vulgar. La trataré de usted: Doña Naranja. Excelentísima
y reverendísima. En mayúsculas.
He tocado la naranja, la he deslizado por mis dedos porque
adoro su textura rugosa, casi volcánica. Me recuerda al acné de un adolescente
quien hurga en su tez (me encanta esta palabra) buscando el por qué de las
miradas de la niña a un muchacho mayor. Ojos profundos. Fuego. Querida Marta o
María (o Inés) o como te llamaras en 1997 y 1998. Yo perseguía tu azul, casi siempre sin éxito.
Naranja es un color en boga (otra bonita palabra). Ahora
decora cocinas y combina con los fruteros de invierno y alguna bombona de
butano trasnochada. A la naranja la miro y combina con mi jersey de
Massimo Dutti. Con el de Zara hace unas cuantas lavadoras que no. Teresa o
Paula, tú siempre vestías de azul, había días que de negro otros de verde. Un
abrigo de cualquier marrón. Incluso te atreviste con un kiwi espantoso. Pero aquel bikini limón anaranjado de junio del 98 me volvió loco. Acidez dulcificada Espero que las
pipas que comías a partir de las seis se hayan acumulado en tu cadera o en tu
culo.
Después me gusta olerla, aspirar un aroma amargo pero
atractivo, algo afrutado. Inspiro y expiro tres o cuatro veces, no más. Los olores
importantes sólo necesitan tres o cuatro bocanadas para recordarlos siete vidas.
Gato blanco. El olfato es el sentido más romántico. Ver ve cualquier, mirar
sólo unos pocos y oler un puñado de elegidos. Porque para oler se cierran los
ojos, la vista se aparta a un costado y cede su espacio a la nariz. Ana o Marina,
tú utilizabas Nenuco de día, Rochas al atardecer y Rochas (unas gotas más) de
noche. Tu peste en los amaneceres la saben otros. Más de uno, y de dos. Puta.
La naranja sabe ácida y, a la vez, dulce; en ocasiones
amarga. Miscelánea de sabores. Te probé una vez y no quiero morderte nunca más. Jamás. Penitencia
vitalicia. Aquello fue la experiencia más excitante de mi vida, una vivencia casi erótica, casi sexo sin protección.Unos minutos de desliz que me han acompañado 23 años 345 días y unas
horas, no me acuerdo de cuántas. Isabel o Ángela (o quizá Ana) tu boca sabe a naranja o eso
dicen que decían los rumores. Aquel vodka combinado decoloró tus labios rojos
en un rosa desagradable. Pero sacaste lengua (no a mí sino a otro) y
aquel Kas insolente tiñó tu boca. Boca en ámbar. Aquella madrugada no volviste a casa sola.
En tu corazón escucho un jugo. Onomatopeyas: glup, glup, glup. Como una esponja
densa, árida por fuera pero viscosa por dentro. La acerco a mi oído, no a
mi oreja. La escucho. Me susurra más onomatopeyas: glup, glup, glup y sufro escalofríos. La cáscara helada en un
corazón de gelatinoso, casi líquido. La naranja no habla sino que cuchichea pero tú no, tú no. No, demadiados noes. Demasiados sentidos opuestos. Ni gusto, ni tacto, ni oído, ni olfato, ni tacto.
Naranja no te quiero y quiero olvidarte.
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