Hace
frío. Creo. Hablo de vistas tras el cristal. El personal pasea su lunes
tarde por la acera azul y blanca oscura de mi calle, envueltos en abrigos de
piel y alguno de plumas. Me fío de las apariencias y subo la calefacción un
gradito. Soy un cobarde, lo sé. Para afirmar algo hay que vivirlo y yo escribo de vistas y de oídas tras las ventanas de mi salón gris con segundero
rojo. De fondo Bunbury. Palosanto. No me gusta. Artista.
Miro tras el cristal de nuevo. Las
farolas pretenden disfrazar el frío con bombillas naranjas. Calor y color de
lata. Trileras. Mentís. O eso creo porque repito: no tengo valor para
cerrar la puerta por fuera y comprobarlo en mi propio pellejo.
Me
gusta el invierno pero no el de este lunes tarde y noche. Me gusta el invierno
soleado de vermú en terraza mientras los chicos y las chicas corretean unos tras
otros. Ayer algunos se peleaban. Dejémoslos. Es bueno recibir arañazos de vez
en cuando. Todos debemos saber que existen las habas de martes y no sólo los roscones de San Valero.
Es
difícil escuchar verdades y también decirlas. Hubo un día en el que creíamos
que las habas eran crema. Alguno y alguna sabía de nuestra ignorancia pero no
tuvo el valor (huevos) de decirnos que estábamos equivocados. El blanco era
carbón. Nos dejó vagabundear entre espinas de salmón con los ojos cegados y yo
no se lo perdono. Nunca. Jamás. Luego nos dimos cuenta de todo.
Escucho
que mi vecina sale de casa. Ella es una valiente bajo un abrigo de zorro
oscuro rumbo al supermercado. Yo cenaré por teléfono y mañana no me fiaré de casi
nadie.
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