Vivir
es fácil con los ojos cerrados. Sin duda. Lo cuenta un forajido acobardado. Los
sella tan fuerte, que hasta le duelen. En ese momento, en ese instante, dice
ver luz. Blanca, fascinante, resplandeciente y, sobre todo, cegadora. El pollo
no quiere saber que esa lámpara maravillosa es sencillamente el decorado ridículo
de un mundo imaginario. Se inventa una pareja, unos amigos y una familia dulces e ideales y ya no le apetece abrir los ojos nunca
más.
En la calle todos están enfadados. El pueblo habla y vota
con las vísceras. Escupe el bofe desde las entrañas porque ha leído poco y le
han mentido demasiado. La culpa la tenemos todos. Lo conté una vez: hay
pollitos vestidos con banderas que no han leído ni la lista de la compra, ni el
guasap de un amado triste, ni la Ordesa de Vilas. Ellos y ellas son machos y
machas de verga agigantada, maleducados y maleducadas por un sistema ridículo
que sólo les enseña a dividir y jamás a multiplicar. Desgastan las yemas de sus
dedos en redes llenas de falacias y asumen como verdad empírica e irrefutable
las coronas catalanoaragonesas y la rancia españolía que tan de moda se puso la noche
del 10. Lo de vocalizar la palabra deliciosa de Lorca, de Unamuno o de Manuel
Vilas es de imbéciles, piensan.
Hemos
fracasado y la mejor literatura nace de esa frustración. Y en esas estamos, con un
futuro complejo en el que mandarán miles de nombres sugestionados por discursos
y mantras escritos por los nietos del abuelo. Es el momento de despertar y de abrir los ojos, encender el ordenador, abrir un documento word virgen y denunciar que esta basura extrema que nos venden no es nueva. Que hubo
un tiempo no muy lejano en el que los sabios se mataron. Y los largones y voceros
vieron la sangre desde la trinchera cogidos de la manita.
Este
mundo es así. Desde mi ventana los plataneros se destiñen en un amarillo casi
marrón. Hace demasiado calor. Los mejores Stradivarius se fabricaron durante la
Pequeña Edad de hielo. Las bajas temperaturas provocaron que la madera creciera
despacio pero con una densidad feroz. El sonido que mana de aquellos instrumentos
del siglo XVII no se repetirá nunca jamás. Ahora, desgraciadamente, todo
hierve.
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