jueves, 27 de mayo de 2010

La función acaba de comenzar...

Uno empieza a tener una edad y como tiene esa edad pues hay etapas que pasan, que se consumen y que nunca volverán. Por tiempo, por gusto o por necesidad he dado un salto de cinco años pero hacia atrás. Un salto sí. Un flashback, el retorno con esa palabra que se ha puesto de moda cuando uno anda perdido. He desempolvado libros, una carpeta, la mochila y por supuesto mi cabeza que ya estaba entumecida de demasiadas cosas. He vuelto a la universidad. Lugar de estudios y muchas cosas más, porque el mundo universitario da mucho de sí.

Ese mucho de sí está en muchos sitios, en muchas clases, en mucho césped y en muchas historias.

Y uno de ellos está en la biblioteca. Siempre me he preguntado por qué en un sitio de consulta de libros no se consulta ni un jodido libro. Todo el mundo estudia o hace que estudia o quizá simplemente deja sus carpetas a buen recaudo.

La verdad es que yo no soy de mucho madrugar. Lo reconozco. Cuando llego, ese lugar está en plena ebullición, en pleno movimiento muchas veces movimiento de nada.

Y llegó y cuesta encontrar un simple lugar en una mesa. Joder que si cuesta. Las vueltas que hay que dar, mochila al hombro, para encontrar un simple rincón en el que sentarse, instalarse y unas cuantas -arse.

Tengo que estudiar y también observar porque observando se aprende. El decorado vespertino siempre es diferente del matutino, con sus características y sus personajes típicos y tópicos.

Porque creedme que he estado en muchas bibliotecas y en todas los hay. No seré tan inocente de pensar que yo soy un mero espectador, no... soy un integrante más de esa gran función teatral que se repite cada mañana y cada tarde en ese lugar.

Porque me siento donde puedo y ahí está él... el primero. El guapo, el ligón, el fucker que diría aquel. No tiene la exclusiva puede haber varios por allí. Yo siempre le he admirado. Guapo siempre, con el pelo perfecto esa sonrisa imantada para todas esas niñas. Estudiar estudia poco. Los de su categoría no están para estas nimiedades. Sinceramente siempre les he tenido envidia porque las niñas son una debilidad y él las atrae por defecto. Haga lo que haga, se mueve y hable lo que hable siempre gusta.

Él las tiene y lo malo es que no las presta. Como diría aquel lo suyo no tiene mérito. A su alrededor tres niñas que se ríen y puede ser que se rían de verdad, que les haga gracia de verdad, o puede que no. Apuntes abiertos por supuesto, su sonrisa y su plan seguro para el fin de semana.

Sorprenden las edades. Porque ahí están los símbolos. Esos que con 27, 28, 30 siguen ahí, al pie del cañón, en 4º con asignaturas de 3º y de 2º, ¿por qué no?. Se las saben todas, han estado en infinidad de pasos de ecuador, en infinidad de fiestas fin de carrera, su orla, con su foto, coge polvo en algún rincón de la facultad. Todo el mundo les conoce y les saluda, con nombres y apellidos. Merecen un respeto, aunque sólo sea por muescas ganadas en esa biblioteca. Porque por derecho propio, por batallas ganadas y batallas perdidas, por tantas aventuras, la biblioteca es un hábitat más de su vida. Son los símbolos y merecen un respeto.

Estos símbolos han visto mucha niña guapa. Mucha. Pero mucha. Ella pasa y todos miran. Siempre bien vestida, siempre maquillada, una miss a la que todos votaríamos y que a ninguno quiere. Es la chica perfecta. Sus notas no son algo irrelevante, puede ser una matriculina, puede ser un zote, eso es lo de menos. Cuando ves un bellezón así, su expediente pasa a ser algo irrelevante. Acercarse a ella no es fácil, sólo son capaces los valientes. Sus bolígrafos, su carpetas sus apuntes, todo es perfecto... Escribo esto y me acuerdo de alguna pamplonesa.

Y toda biblioteca suele tener su empollón, su chapón, su estudioso... Su empollona, su chapona, su estudiosa... sobran calificativos para ese y esa joven que llega a las ocho de la mañana se va a las nueve de la noche y no levanta su cara de la mesa. No entiende de géneros y es protagonista de la función tanto de mañana como de tarde porque es de los pocos que repiten. Eso de las gafitas ha pasado de moda, el chapón no se ajusta a ningún parámetro físico. Lo revelan sus actos no sus apariencias. Se levanta poco de su silla y sus apuntes tienen un pedigrí especial. No es egoísta los presta sin problemas porque en el fondo es un tío generoso. Y más en el fondo, al acudir al tablón de notas, todos querríamos ser uno de ellos.

En una buena biblioteca que se precie está el abuelo. Ese recién jubilado con tanto tiempo libre que ha decidido ocupar parte en la aulas universitarias. Muchos se encuentran desbordados de tanto apunte, también hay alguno organizado que lleva a cabo esa fiel guía incumplida de estudiar al día. No tiene prisa por acabar y, quizá nunca firmen ese añorado título. Ni molesta ni quiere que le molesten aunque nunca rechaza la llamada de un joven castor desesperado en busca de unas líneas coherentes que estudiar. No hace ningún ruido porque no quiere destacar, el abuelo es así de generoso.

Por supuesto están los amigos. Tres, cuatro cinco chicos no más, que se juntan a estudiar, que llegan a las nueve que se van a las nueve y cuarto a desayunar... que llegan a las diez y a las diez y media se van a fumar... vuelven a las once y a y media se van a la caña del vermouth. Un va y ven mareante para algunos y necesario para ellos, porque para ellos es salud. Y llegan a casa y ellos mismos se creen que han estudiado. Son así, luego suspenderán o aprobarán y recibirán un sobresaliente en mus, pocha, guiñote o similares. Porque viven la Universidad a tope y ese a tope también sucede en los alrededores de la biblioteca.

Las maquilladas “tía, tía, tía...”. Arregladísimas como si se fueran a la más elitista de las fiestas y con ganas de alternar más que de estudiar. No son necesariamente guapas pero sí quieren aparentarlo. Disponen de ratos para ellas y muchos ratos para el guapo que con un solo gesto las vuelve locas y las invita a ir al baño a comentar la jugada y a arreglarse un poquitín más. Siempre a la moda con sus vestiditos, con su rimelcito, con sus arreglitos con sus collarcitos con sus pulseritas. Tanto -ito me está poniendo nervioso.

La parejita. Se han encontrado en la Universidad y están pegados como dos enamorados que, en realidad, es lo que son. Combinan un rato de estudio con una sonrisa, otro rato y un besín, otro rato y se dan la mano. Están enamorados con mayúsculas. No sé lo que durará esa flecha cupidiana pero da envidia verlos. Les da igual todo lo que sucede a su alrededor. El amor es así.

Y que decir de la silla solitaria con el cuaderno en la mesa. Siempre ahí, llorosa, resignada. El hilo de esperanza a que venga su dueño se hace cada vez más débil conforme pasan las horas. Ella no se mueve, una amiga siempre esperando a su amigo. Fiel escudera, siempre fiel. Al día siguiente continúa con su soledad pero siempre ahí. Ella nunca falla.

Seguro que hay algún personaje más pero estos siempre están. Son actores protagonistas de una función que se repite cada día. Cada día. Cada mañana Cada tarde y cada noche.

Son las ocho, la función acaba de comenzar...