lunes, 2 de diciembre de 2013

De lunes que parecen gélidos

Hace frío. Creo. Hablo de vistas tras el cristal. El personal pasea su lunes tarde por la acera azul y blanca oscura de mi calle, envueltos en abrigos de piel y alguno de plumas. Me fío de las apariencias y subo la calefacción un gradito. Soy un cobarde, lo sé. Para afirmar algo hay que vivirlo y yo escribo de vistas y de oídas tras las ventanas de mi salón gris con segundero rojo. De fondo Bunbury. Palosanto. No me gusta. Artista.
Miro tras el cristal de nuevo. Las farolas pretenden disfrazar el frío con bombillas naranjas. Calor y color de lata. Trileras. Mentís. O eso creo porque repito: no tengo valor para cerrar la puerta por fuera y comprobarlo en mi propio pellejo.
Me gusta el invierno pero no el de este lunes tarde y noche. Me gusta el invierno soleado de vermú en terraza mientras los chicos y las chicas corretean unos tras otros. Ayer algunos se peleaban. Dejémoslos. Es bueno recibir arañazos de vez en cuando. Todos debemos saber que existen las habas de martes y no sólo los roscones de San Valero.
Es difícil escuchar verdades y también decirlas. Hubo un día en el que creíamos que las habas eran crema. Alguno y alguna sabía de nuestra ignorancia pero no tuvo el valor (huevos) de decirnos que estábamos equivocados. El blanco era carbón. Nos dejó vagabundear entre espinas de salmón con los ojos cegados y yo no se lo perdono. Nunca. Jamás. Luego nos dimos cuenta de todo.
Escucho que mi vecina sale de casa.  Ella es una valiente bajo un abrigo de zorro oscuro rumbo al supermercado. Yo cenaré por teléfono y mañana no me fiaré de casi nadie.