domingo, 6 de junio de 2010

Un lugar, unos recuerdos, unos sábados...

Hoy me he puesto melancólico, para que lo voy a negar. Hoy he pasado General Sueiro 37 y una tormenta entera de recuerdos, de vivencias, de muchas risas y algún que otro lloro han pasado por mi cabeza. Como un escalofrío de esos que dan cuando te acuerdas de algo importante. Hoy he pasado por la puerta del antiguo Nuevo Café, ahora convertido en una casita de luces poco elegante. Pero eso no es lo importante. En frente, siempre grande, ahora derrotado por los años estaba mi lugar, ahí estaba Green. “Green Green” que pone en la puerta.

Allí reí, allí lloré, allí crecí, allí me hice más persona. Parece una tontería pero esos lugares dan galones. Y esos galones, aunque sólo sea por fidelidad, los tengo en mi expediente.

Un adolescente siempre quiere ir un paso por delante. Cuando tienes 13 años miras a los de 14 envidioso de lo que piensan y lo que hacen, a las niñas que miran, a sus conversaciones y a sus historias. Pero cuando tienes 14 lo de 15 es lo mejor. La adolescencia es una escalera que parece interminable en la que el siguiente escalón supera a todo lo anterior.

Pues uno de esos escalones por delante estaba en Green. Porque todo buen adolescente quedaba con sus amigos a las cinco de la tarde. Cuando Zaragoza todavía dormía la siesta un buen catorceañero ya se había tuneado como un modelo para salir a la calle. Quedamos muchos. 14 adolescentes con sus mejores galas. 14 niños de 14 años, con la cabeza repleta de 14.000 pajaritos.

Me voy hacia atrás, a recordar.

La entrada era un ritual. “Yo paso segundo para que el viejo no me pida el carné que cumplo los años en diciembre”. “Joder pasa tú que aparentas ser más mayor”. Una tensión que se acababa al cruzar la puerta. Aquel viejo, que todos recordamos con cariño nunca pidió el carné.Un pasillo largo la barra a la izquierda... y al fondo... la oscuridad. La oscuridad de mil historias que podían ocurrir en sólo unas horas.

Lo primero es situarse, siempre en el mismo sitio, para marcar territorio. Este es mi lugar y si alguien viene deberé dar mi aprobación. Ningún cualquiera puede acercarse a un lugar que consideras casi tuyo.

De fondo la más rabiosa actualidad, los mejores éxitos del momento. Esa Oreja de Van Gogh, los inicios de dos hermanos que se hacía llamar Estopa, los momentos más radicales con Gigi D´Agostino, un recuerdo a nuestros mayores con Modestia Aparte. Tantos y tantos temas recogidos en los 40 principales. Alguna vez he pensado que entre canción y canción iba a aparecer el gran Fernandisco.

Para empezar que mejor que una vuelta de reconocimiento, un scounting a ver si la niña de turno ha llegado o no... A ver si la niña de turno estaba sola o no y echarle una mirada rompedora... o simplemente a ver si aparece alguna niña que alcance esa categoría de turno... o no.

En esa vuelta había que pasar por la barra, siempre llena hasta arriba para pedir la primera. Green era light, tan light que no se vendía ni una sola gota del alcohol, aunque las posibilidades era amplísimas. Estaban los clasicómanos, esos que con una coca cola o una naranjada se daban por satisfechos... Siempre pensé que eran unos cobardes. Un paso por delante estaban los bitter kas y las tónicas, sabor amargo diseñado para valientes. A la par algún osado que se atrevía a mezclar la coca cola con lima. El gran grupo, el gran pelotón se tiraba desesperado y sediento al San Francisco y la Pantera Rosa. Jamás supe que llevaba la Pantera Rosa. El grupo de los más radicales estaban los combinados personalizados... “Naranjada, con grosella y un poco de lima y piña...” “Coca cola, cereza, granadina y piña...” ¡Toma! Osados eran muy osados. Pero mucho, hay que reconocerlo.

El recorrido daba para mucho, para ver la abundantísima fauna adolescente que se podía juntar en poco más de 1000 metros cuadrados (esto lo digo a ojo). Repleto de personas de todo tipo mezcladas en un mismo grupo.

Copa en mano, reconocimiento hecho comenzaba el momento del cortejo. Porque a esas edades tú eres el macho en busca de una niña a la que ligar... Y el cortejo era tan simple y directo, como deberían ser la cosas importantes. Primero una mirada, un acercamiento físico... La niña devolvía la mirada aunque no ese acercamiento físico.

Esa mirada decía mucho. Pero mucho. Y si ya iba con sonrisita no digamos. Voy a utilizar el verbo en presente porque siento como si lo hubiera vivido ayer. Movimiento bailón estandar, adaptable a un pop español o una dance inglés.

Llega el momento. El corazón me late a mil por hora. Pero mil. Unos pasos, unos temblores, no es para menos. Me acerco a su oído. Incluso ella con todo el ruido que hay puede sentir mi respiración entrecortada. La boca está seca y ahí va: “¿Quieres rollo?” Ya estaba dicha, la pregunta más importante. Para que andar con niñerías, directo y al grano.. Ella tarda en responder unos segundos. Unos segundos eternos. Pero lo tiene claro: “No”. Rotundo, sin dudas. A lo que, a la desesperada pregunto “¿Y tus amigas?”, sin preguntar, otra contestación rotunda: “No”. Dolido, sin mirarla más a la cara vuelvo a mi hábitat, a lamer mis profundas heridas con mis amigos. No pasada nada. Nada. Pero sí pasa, y mucho.

Desde mi sitio veo a una pareja pasar al reservado de la mano. Se acaban de conocer y ahí iban, al lugar soñado por mí. Esa habitación, dos escaleras arriba, las dos escaleras de la victoria con unos sofás que significaban el triunfo. Pero la vida es así. La medalla la ha ganado otro. ¿Qué le habrá dicho? No lo sé. Tampoco me importa ahora.

La derrota con la chica de la sonrisa encadenaba una consumición más, una vuelta más y una sucesión interminable de derrotas más. Esto era así. Una visitilla al baño donde los más valientes se atrevían a fumar sus primeras caladas. Un lugar para chicos malos que nunca me gustó.

Volvamos al tema

La cabeza, cada vez más agachada, sólo pensaba en ir casa y velar armas para la semana siguiente. Esto era así. De buen deportista es admitir un partido perdido. La cabeza tenía que irse arriba. Sabía que algún día subiría esas escaleras para entrar en mi salón de la fama.

Llegaban las 10 y media. La hora de ir a casa. Allí estarán mis padres, una hermana, y los “Moros y Cristianos” de Sardá y Jordi González en Telecinco debatiendo algo apasionante.

Sábados y sábados así marcaron mi vida adolescente. Me hicieron madurar porque la derrota te ayuda más que la victoria y yo de derrotas en Green sé mucho.