martes, 13 de octubre de 2015

De musicalité

Me apetece hablar de música. La música mueve el mundo: los pies, los muros, las manos, los dedos, los tangas y las luces rojas. Suena en el portátil una vulgar playlist de La Casa Azul escogida por youtube. Luego lo compensaré con un poco de Bunbury sin Héroes porque admiro lo singular por encima de lo plural. En aragonés. Enrique ha pescado la trucha, la ha horneado, aliñado y emplatado; él y sólo él, sin Valdivia ni Andreu, ni tampoco Cardiel. Sobre un mantel blanco de hilo un puñado de comensales olemos al pececillo sin guarnición y, después, lo engullimos sin miramientos ni muecas. Hasta que nos empachemos. De Bunbury hasta las espinas.
         Admiro a los compositores. Los considero artistas con mayúsculas; un relato lo escribe cualquiera, una poesía muy poquitos y una partitura sólo los virtuosos. 
         El gusto, el mío, el tuyo o el de cualquiera es esclavo del calendario. Hoy me encanta Amaral. Así, sin miramientos, me encanta; pero no le prometo invitación con lazo rosa, pajarita, brindis con padrinos, tarta y barra libre. No. Mañana no descarto abandonarle por algún tacón largo y faldita corta y no quiero reproches ni mensualidades por divorcio que pagar.  
         Al pop noventero no le perdonaré jamás. Me engatusó en plena fiebre adolescente, cuando los delirios me impedían ver más allá del sábado por la noche. Creía que Urquijo, Quique González y amigos me guiarían a alguna cabaña romántica con hoguerita y manta en el que guarecerme hasta que dejase de diluviar. No. Él y sus Secretos, La Guardia, Modestia Aparte, La Fuga y demás mentirosos de postín me regalaron un mapa en el que los caminos me devolvían a lo oscuro. Andaba en círculos dentro de una habitación repleta de letras amarillo huevo. Sus canciones cortaban a tijera el fino celofán que un minutero reconstruía en duras jornadas de sol a sol. Me costó pero les dejé y me vendí a los Killers y a los Smiths y a Coldplay. Quizá dijesen lo mismo pero yo no me di cuenta. Por una vez (y no más) agradecí que cuando unos aprendían el genitivo sajón de Shakespeare, Paula (o como se llamara) y yo nos escribíamos cartitas en la lengua de Cervantes.
          El heavy, como el punki, pasó de moda. Compartí habitación durante varios inviernos con Axel Rose en versión poster gigante y sus casetes Use for Illusion I y II. Ruido y gritos a partes casi iguales provocaban el delirio de una generación con camiseta negra, cinturón de cuero y Conversse. Dudo que los pollos de hoy sepan ahora quién es ese melenudo gritón que acompañaba a la guitarra del virtuoso Slash. Ahora lo que se lleva es el reggetton. Letras sin bragas en la que los jovenzuelos huelen sábanas sudadas y flujos corporales. Un tal Juan Magán suma más de sesenta millones de reproducciones en el youtube con un temazo que repite “amor” y “hoy” más de quince veces. La infidelidad obsesiva viene provocada por sujetos irresponsables como este calvito con ritmo quien no es consciente de su culpa en la promiscuidad sabatina de chicos y chicas con gorra y bragueta bajadas.
Por cierto, con MGMT tuve un rollito; nada serio. A veces es bueno alargar la noche aunque para ello tire de unas copitas de balón con poco hielo y antifaz negro. La noche se tragó al día. Lo pasamos bien durante un ratito. Escuché Time to Prend y Kids, incluso Electric Feel. Pero subí la persiana y bajo el sol había casi nada: usar y tirar sin reciclaje posible. Seguro anda dando minutos de placer a algún desengañado con las pestañas cerradas.      
Leo que los U2 se han comido el Sant Jordi sin patatas ni mostaza, casi sin aliñar. Tras salvar unas ballenas en el Ártico y rezar con los Lama en el Himalaya Bono ha vuelto a ponerse una chupa y a cantar bien. Nunca fui de U2, ni de los Rolling, ni de AC&DC ni de casi ningún grupo de masas. Me agobian los miles de gropies de la mano de sus novias orgullosas y detesto hacer colas para mear más largas que una canción de la que no me sé la letra. Me pierdo shows irrepetibles, lo sé y pretendo seguir así y poder pagar una caña sin empeñar mi bicicleta del Decathlon.
         Los modernos escuchamos durante un tiempo a Love of Lesbian, a Dorian, Supersubmarina, Sidonie,  y a Vetusta Morla; el orden de los factores no altera un jarrón de chino similar. Nuevos indies con guitarras más caras que talento para tocarlas. A Balmes le he visto cinco veces y me he divertido mucho rodeado de barbas, camisas ajedrezadas y gafas de pasta, algunas sin cristal. A Vetusta alguna menos. Estos, esos y aquellos han metido en una pecera un montón de papelitos con una palabra escrita en Times New Roman tamaño 14, bien doblados, agitados y mezclados, y los han extraído al azar. Un genio con camisa ajustada de manga corta y calzoncillos a cuadros los ha escrito en riguroso orden de salida y, con una guitarra y un teclado ha compuesto un hit. Y suena bien. Meritorio. Mucho.
         Ojalá entendiese lo que dicen Los Planetas. Dicen los que han leído todas sus letras que son maravillosas. Yo entendí un par y doy fe de que parecen poesía. Luego escuché unas cuantas más y exijo un traductor.  

         Hoy en el Corte Inglés ha sonado lo nuevo de Manolo García. Don Manuel. El maestro del sin sentido. Es bueno, también para comprar cremas y colonias, hasta la Cara B. Vale de hablar, y de leer y escuchemosle. Yo a Manolo y tú a quien quieras. Pincho como un Burro amarrado a la puerta del baile y echo a volar.