domingo, 5 de diciembre de 2010

Profesionales del sexo, amateur del resto

Aquí me llamo Gladis y soy puta. Acaba de pagarme mi último cliente. 80 sucios euros por media hora encima de un viejo borracho con más ganas de vomitar e insultarme que de follar. Siento mi vocabulario. Los casi 10 años en un colegio de monjas clarisas resultaron el peor de los desperdicios.

Gladis es el nombre más sugerente que se me ocurrió minutos antes de hacer mi primer servicio en la calle. Lo comparo con un traje, muy sugerente por cierto. Me viste cuando cruzo el dintel de mi lupanar y me lo quito en el mismo momento que pongo mis tacones en la calle.

Desde hace un puñado de años mi vida se escribe sobre papeles sucios y con plumas gastadas. Porque mil veces me he quedado sin tinta y lo peor, mil veces me ha faltado otro cartucho para cambiarla.

Todavía recuerdo mis primeras noches en la calle Montera. Estábamos ordenadas como un ejército. Las veteranas en los portales más grandes, las novatas en las esquinas más sucias. Si yo dijera los personajes que acercaron en busca de un polvo medicinal temblaría la alta suciedad de la capital. Por allí pasaron futbolistas, políticos, cantantes y algún torero. Todos podrían hacer vaho con cualquier guapita de La Posada, pero el morbo de lo prohibido les atraía hasta aquella calle de polvos rápidos y mal pagados.

Aquí trabajo en poco más de cuatro metros cuadrados que dan pena. Cuatro metros cuadrados plagados de espejos, luces rojas y condones de sabores. Huele a puta que apesta. Un hedor que mezcla colonia barata, güisqui del malo y sudor de algún cliente poco aseado. Sobre la cama una mantilla hortera regalada por un madurito que se encaprichó de mí y, sobre todo, de mis tetas sin silicona. Aquel gordo millonario creía que con propinas generosas y piropos cursis inclinaría mi vida hacia un matrimonio de apaño. Pero querido amigo soy puta, no una golfa.

Este negocio se ha plagado de gentuza. Ahora mandan las rumanas y sobre todo, sus rumanos. Cuatro gorilas violentos que te sacuden un bofetón por mirarles a los ojos. Estos proxenetas se quedan más de la mitad de nuestro sueldo y disfrutan de barra libre con nuestros cuerpos cuando lo pide la bragueta de sus pantalones.

Tengo una hija. Se llama Candela, en junio cumplirá 10 años y cree que su madre trabaja de modista en una sastrería de Las Rozas. Sinceramente, no sé ni enhebrar una aguja pero me siento incapaz de decirle que su madre suda en las sábanas de cualquier hombre por poco más de 80 euros. Porque me entrego como una profesional y si hay que sudar, pues se suda.

Oigo ruidos tras estos tabiques de papel. Mi compañera venezolana se ocupa de otro borracho insoportable. Débora cruzó el charco engañada por un proxeneta que le prometió empleo como camarera. La diferencia entre esos cubatas que pensaba servir y lo que hace ahora sólo es una “n”. Y una letra querido lector, a veces, supone mucho.

La ley de Newton comienza a hacer efecto en mi pecho. Cada vez tengo más claro que, en un par de mayos, entre las tetas sólo guardaré un puñado de centímetros para mi ombligo. Las chicas del este han hecho mucho daño en el mercado del sexo. Esas ubres tan perfectas venden más que cualquier virguería nacional.

Pero lo peor de todo es que a mis 35 años no me planteo otra vida en la que mi burdel no sea protagonista. Mi historia no oculta una sorpresa final. Ni soy transexual ni me muero ni nada similar. Mi sorpresa es que no hay sorpresa. Soy una triste puta de bar. Así de simple y, a la vez, así de complicado. Tocan mi puerta. El siguiente cliente me está esperando.

martes, 23 de noviembre de 2010

Mi Buenos Aires querido

- Gallego sírvame otra.

- No cree que ha bebido demasiado, ni si quiera guarda fuerza para balbucear una sola palabra coherente-

- Che, no me jodas, no seas boludo ¡Vos me servis lo mismo!

Me lo dijo un viejo argentino hace unos cuantos años mientras yo tiraba cervezas en la barra más mugrienta del Barrio de la Boca, en Buenos Aires. Hacía unas cuantas horas que ese viejo con la cara pintada de azul y amarillo ahogaba sus penas en el peor ron de aquel bar con hedor a tabaco y alcohol barato.

Y es que, según me dijo, su vida había dejado de tener un sentido. Yo no sabía por qué.

No quiso mezclar a su mujer. Ese pobre borracho vivía en una mentira. La zorra de su esposa se acostaba con un jovencito cordobés; más guapo, más simpático y con un riñón dorado en forma de herencia millonaria. El viejo lo sabía pero miraba a la calle cuando sus sábanas se quedaban arrugadas por los revolcones de su mujer con un hombre que no era precisamente él.

No nombró a sus hijos. Me dijo que, desde que emigraron a España no había vuelto a saber de ellos. Carlos José y María de la Luz volaron a Barcelona para soñar con un futuro que en Buenos Aires sólo apuntaba a pesadilla.

Tampoco me habló de trabajo. Desde hace casi un año cambió su labor en una cadena de autos por uno más simple. Ese en el que simplemente te pones en una cola una vez al mes mientras esperas una llamada que jamás suena. Resulta curioso que una persona harta de montar espejos retrovisores, se mostrase incapaz de mirar hacia adelante.

La salud le importaba bastante poco. Dos cajetillas de tabaco al día le habían dejado los pulmones más negros que las peores aceras de su cuadra en La Boca. Los doctores ya le habían anunciado que sus pulmones cumplirían en junio 91 años. Y su partida de nacimiento le dejaba en poco más de 50.

- Sabes gallego, la peor desgracia para cualquier hombre es no tener un lugar al que volver. Y yo el mío lo he perdido.

De esa frase me acordaré toda la vida. La habían dicho de Diego Maradona cuando estuvo a sólo unos milímetros de convertirse en un mito.

Quizá había perdido lo poco que le quedaba en algún negocio peligroso y vivía una cuenta atrás que estaba llegando a sus últimos segundos.

Le serví su enésimo anís. Estaba absolutamente borracho. Le miré a los ojos y pude ver las lágrimas más tristes de toda Argentina. El viejo había girado el rostro hacia la enorme Telefunken que presidía el bar. La pintura de su cara estaba totalmente descolorida.

- Gallinas boludos.

Miré hacia la pantalla y vi a un tal Francescoli con los brazos apuntando a lo más alto del cielo; vestía una camiseta blanca con una raya roja cruzada y había asaltado una Bombonera. Boca 0- River 1. Lo había comprendido. En Argentina el fútbol supera a una religión. Es una vida.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Carta a nadie

Suenan las doce. Soy el interno número 467 de una prisión en medio de la nada. Y sonrío. Sólo faltan un puñado de horas para que me abran las puertas de esta puta cárcel. De par en par. Aquí llegué hace demasiados años con mi cuaderno de faltas escrito hasta la última línea y de aquí me marcho con esas páginas limpias y sin tachones.

Por mi prisión han pasado personas de todas las clases, nacionalidades y religiones. Todavía recuerdo a aquel musulmán de barba tupida y pies sucios que olía como el peor de los callejones en la mejor de las fiestas. Ammal, o algo parecido, extendía su alfombrilla gastada, de flecos arrugados y se arrodillaba para rogar por unos sueños que jamás he sabido si se convirtieron en realidad.

Quizá por eso, y por alguna cosa más, me declaro profundamente ateo. Eso sí, cada noche rezo un Ave María; por lo que pueda ocurrir.

Estoy nervioso. Hace unos días que la saliva se perdió en lo más profundo de mi garganta y mi boca permanece tan seca como mis queridos Monegros.

Aquí he hecho amigos para siempre; los mismos que me faltaron en aquel 92, cuando Barcelona perdió la vergüenza y, por fin, se levantó las faldas para que los forasteros viésemos las mejores piernas del mundo. Benditos y malditos días. Ese Raval y ese salto olímpico hacia la nada.

Adiós Damián. Consumes tu vida aquí, con unos puzzles de miles de piezas. Siempre me has parecido un compañero inteligente; mientras buscas esas fichas, no piensas. Adiós también al hijo de puta de Mario Alberto; el chicano cabrón que cuando ve ese puzzle casi completo lo rompe en las mismos tres mil piezas con las que había empezado el pobre Damián. Y como olvidarte Mariano. A ti y a tus mujeres. Cuentas cien aventuras con cien chicas diferentes. Todos sabemos que esas cien niñas sólo pueden salir de cien casitas de luces. Mientes pero te quiero igual.

Me despido también del comedor y su peste a rancho recalentado; de las sillas carcomidas y las mesas oxidadas. Adiós a la verdura sin aceite ni más arreglo que unas tristes patatas cocidas para callar los estómagos más vacíos; las lentejas y su dos guindillas contadas; los macarrones entomatados; y el arroz duro como el cemento de estos muros. El menú ha sido invariable tantos años que también en eso deseo cambiar.

Porque ha llegado el momento de andar. Fuera. Mi camino tiene una única dirección y los siguientes pasos no están aquí. Lo pienso y mi sonrisa crece. Sudo. Mucho. Todo mi cuerpo siente esa ansiedad previa a los momentos importantes.

Miro mi celda. Oscura, húmeda y fría cuando llegué y, ahora, un poquito más cálida. El próximo inquilino dormirá en un catre más acogedor gracias a mí. Me alegro. Menos de cuatro metros cuadrados en los que he pensado demasiados días. El primero sólo quería ver el patio por el pequeño ventano de la celda, después cruce el umbral de mi puerta y, un poco más tarde, mi cara pálida dejó de desentonar con las del resto de internos. Aquí, o asumes tu condición, o tu muerte es cuestión de días.

Y por supuesto, me acuerdo de ti mi reina. Te conocí, me enamoré y te marchaste. Dejaste tu endemoniada huella en forma de siglas. Hasta hoy. No te guardo rencor. Pero tú ahora me importas bastante poco. Lo juro.

Oigo voces aunque todavía es pronto. Mi maleta está cerrada. Sudo. Más. Escucho el inconfundible ruido de la cerradura. Una silueta oronda, una voz grave y unos ojos vidriosos. Ha venido el capellán. Me lo merezco.

- Maldito SIDA hijo, maldito SIDA.

- ¡Ni una puta lágrima! Unos minutos más y mi muerte se encargará de abrirlo todo.

viernes, 15 de octubre de 2010

Porque toda historia tienen su final

Otro Lunes

Sí. Todo lunes lleva implícito un golpe de cansancio. Me acaba de sonar el despertador. Un martillazo en mis oídos tras 48 horas dando palos de ciego en tantas y tantas barras, sólo guiado por el recuerdo de unos días que jamás volverán. Empieza la semana. Siete largos, larguísimos, días hasta que vuelva vivir las penosas sensaciones de ayer.

- Levántate, comienza la semana con una sonrisa y con la mejor música – dice la radio-.

- Qué coño sabrás tú – pienso sin dejar de verle en esa foto escondida y oírle en esos recuerdos. Porque algunos recuerdos se ven y se oyen. Pase el tiempo que pase.

No. No quiero ver a nadie pero el lunes es pertinaz. Debo ir a clase, a la universidad, a mi facultad, a mi aula. A mi vida. Esa que tanto me gustaba, esa que tanto odio. Ella está allí y está más guapa que nunca. Hubo en día en el que decidí que mi camino tenía una dirección diametralmente diferente, porque me daba igual. Ella lloró, yo reí. Ahora ella ya sabe dónde se dirige, yo sigo llorando. Cómo me arrepiento. Maldito ese 20 de abril.

Allí están los que fueron mis amigos, en el bolsillo mi otro amigo. Hijo de puta como el que más pero fiel como ninguno. Estuve con él este fin de semana, una vez más.

Las horas pasan, la cafetería también. Y las cartas y la comida y la cena. Sólo quiero que los minutos se consuman e irme a dormir. Entre sueños todo se olvida. Antes sólo quería vivir porque soñar era perder el tiempo. Ahora sólo quiero... dormir.

Martes de carnaval

He consumido sólo un día de la semana y parecen 27. El despertador vuelve a sonar y el tonto del culo ese de la sonrisa en la radio también. Me ducho y me miro al espejo, no me he afeitado. ¿Para qué? Ahora eso ya no molesta a nadie.

La facultad las mismas sensaciones y las horas se consumen tan lentas como mi último cigarro en la cafetería. Cuanto daría por oírle hablar.

Y en un momento, una voz.

- ¿Qué tal estás?- Es ella-. Tanto tiempo sin oír sus labios me deja seco. Tantas cosas qué decir y tan largo el camino entre mis pensamientos y mi voz.

- Bien, bien... – qué mal miento-. Mi vida desde aquel 20 de abril ha sido un vía crucis hacia la nada. Lo maldeciré una y mil veces. Me equivoqué y fui tan cobarde que ni siquiera supe rectificar.

- Joe- nunca le gustó decir tacos, todo lo contrario que a mí-, hace tanto tiempo que no hablamos que me gustaría quedar para ponernos al día – me dice-. A ver cuando puedes porque según me han comentado ahora no entras en casa-.

Qué diferencia con aquellos días. Una película y su mano con mi mano eran suficientes para ser la persona más feliz del mundo.

- Pues esta semana cuando quieras. Te llamo.

- Mejor el finde- me responde.

Ella sonríe. La quiero. La sigo queriendo más que a nada en mi vida.

Es una bocanada de aire fresco. ¿Qué querrá?, ¿qué me dirá?. No me quiero hacer ilusiones. Será sólo para saber cómo me van las cosas. Ni yo me creo eso, en el fondo de mí espero otras respuestas. Una sonrisa. Sí.

Miércoles de ceniza

El despertador ha sonado con otro ritmo, con otros tonos. Hay tantas respuestas a la vista que me quedo helado. El waka-waka suena. Al menos, suena.

Qué nervios. Y qué hago. Y cómo le digo todo. Y se aburrirá. Lo tonto que fui. Lo que la quiero y la cantidad de historias que dejé pendientes, por detrás y por delante. Tantas y tantas preguntas y tantas respuestas posibles.

En sólo un día, en cuatro frases, cuánto he cambiado. Todo me duele, pero menos, y mi amigo el del bolsillo está ahora en el cajón.

Voy a clase, tan aburrido como siempre.

- Déjame un folio. – me dice mi compañero, ese muermo que no tiene casi nada que contar. Lo ha dicho temeroso, con lo mal que le he tratado siempre no es para menos.

- ¿Por qué no? – y se lo doy. Miro a mi chica y ella sonríe. La lluvia se ha convertido en chirimiri, ese que en Pamplona tanto da por el culo pero que no moja.

Hoy ha jugado el Barça en la Champions. Hasta Valdés hace paradas. 3-1. Este equipo huele otra vez a campeón.

Jueves Lardero

Hoy no me levanto con la radio, estoy buscando algo bueno en aquellos Cd´s que tanto tiempo hace que no escucho. Ahí están los Tahúres Zurdos. Demasiado apagados, me apetece escuchar algo más animado. Mira voy a poner una de Ixo Rai, aquí los conocen poco pero suenan bien.

Hoy es jueves y la tengo que llamar, quedaré para el fin de semana; necesito tiempo porque nada puede fallar. Fui gilipollas, desperdiciar un momento así con una niña que merece tantísimo la pena; pero bueno, todos merecemos una segunda oportunidad, yo también.

Jueves universitario. También voy a llamar a mis amigos, a mi gente, la que está abandonada en el fondo de esa historia que me persigue desde hace tantos y tantos meses.

- Javi, ¿cuánto tiempo no? ¿Qué haces, qué es de tu vida? Oye quedamos esta noche, por los viejos tiempos.

- Joder macho sí es que has estado desaparecido. Cuantísimo sin saber de ti -me responde con un tono más que sorprendido-. Por supuesto, quedamos a las once, y ven con ganas crack.

Mejor. La fiesta está siendo cojonuda y en seguida nos ponemos al día. Son las cinco estoy borracho, sólo borracho. Me estoy riendo como el que más con todos estos.

Viernes de Dolores

Hoy lo del despertador se ha quedado a un lado. Menuda resaca. La resaca más dulce de los últimos tiempos. Mi primer pensamiento va, una vez más, hacia ella, hacia la sonrisa de los últimos días y hacia esos últimos días que hicieron desaparecer esa sonrisa. Le voy a llamar.

Cómo decirle tantas cosas. Y por teléfono. Necesito que mi voz parezca natural. Los nervios y la boca seca me ponen todavía más nervioso.

- Chica... ¿qué tal? – mi voz tiembla, como sólo temblaba en aquel verano en el que conocí a aquella niña. Esa de la camiseta de tirantes y la media melena que iba a conseguir que mi vida diese un vuelco hacia el todo.

- Pero ¡qué sorpresa! Creía que nunca me ibas a llamar.

- Lo de quedar sigue en pie ¿no?- Qué estupidez de frase había dicho. No era capaz de articular más de tres palabras coherentes seguidas. Y esta vez no le podía culpar al hijo de puta de mi amigo, ese que conocí el 21 de abril y que estaba agazapado en lo más profundo de mi olvido desde hace unos días.

- Por supuesto, tenemos tantas cosas que hablar...

- Un montón sí-. Otras tres palabras. Con el millón que tengo en la cabeza.

- Mañana a las diez... en el Gallipot.- Qué recuerdos, ese bar donde tantos ratos vivimos, donde tantas historias nacieron para nunca acabar.

- Ok chulico- Chulica le llamaba yo cuando se ponía seria. Me encantaba cuando hacía descansos entre sonrisa y sonrisa. Así le había llamado yo tantos meses. Así me había llamado ella ahora.

Yo sonrío. Yo. Grande. Bien. Crack. Porque la vida da segundas oportunidades siempre, ahí está la mía.

Sábado de Gloria

Qué bien he dormido. La ilusión y los nervios, a la par, recorren mi cuerpo otra vez. Sólo unas horas para mi encuentro. Sólo unas horas para revivir las sensaciones más olvidadas en esa sonrisa y en esa voz. Hoy sí me afeito, hoy vuelvo a ser feliz.

Son las nueve y allí ya está ella, tal y como la dejé, con su gesto de siempre y aquel bolso que le regalé en uno de nuestros aniversarios, porque los celebrábamos todos. Han pasado tantos meses desde que le dejé y me parecen sólo unos segundos. Siempre llegaba tarde y ahora había sido yo el que me había retrasado. Y por supuesto, sobre la mesa, su coca cola, siempre su coca cola. Me senté a un lado. Para que ponerme enfrente. Necesitaba sentir el calor de su alrededor

- ¿Qué tal? ¿Qué nervios no? Tanto tiempo.- Las primeras palabras necesitan sorbo a mi caña para humedecer los labios, tan secos como una lija. Esperaba sus palabras con ansia. Quiere volver a intentarlo. Lo sé.

- Que te vengo a decir algo. Sonríe joe y no estés preocupado- en su cara el mismo gesto de risa nerviosa, ese que surge cuando tienes algo importante que contar y no sabes cómo.

- Dime, dime... -le cojo la mano.

- Me caso. Soy feliz.

Cuatro palabras. Diez mil puñaladas en mi corazón. Diez mil, veinte mil o cincuenta mil. Todo para nada. Me voy, no quiero saber nada más. No soporto que me relate su felicidad ni un segundo, no puedo. Tengo ganas de llorar y tampoco puedo. Lloro en lo más hondo de mi interior, es todavía más doloroso.

Acabo de llegar a mi habitación y mi amigo me está esperando. Este nunca me falla, ya dije el lunes que siempre estaba ahí. Un hijo de puta agazapado que no me olvidaba. Del cajón a mi bolsillo, de mi bolsillo a mi mano, de mi mano a mi nariz y de mi nariz a mí. Más. Hoy lo necesito más que nunca. Ya noto su calor. No pares. Más y más.

Son las doce. Creo que me he pasado.

Domingo de resurrección

He muerto. Está amaneciendo.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

O sí. O no

Estoy en el Parque Grande de Zaragoza, un lugar cojonudo para pensar y para escribir. Con mi cuaderno panticuto y un boli televisivo. Venecia está al fondo (al menos sus pinares); a mi derecha Las Ocas, la terraza del granizado de cerveza. La terraza ideal para pasar un rato bueno con alguna niña buena. O mala.

Sigo sumergido en una dimensión reflexiva. Todavía no he vuelto al nivel de la biblioteca y al de Green. A mi lado no para de pasar gente. Niños, niñas, señores, señoras, adolescentes, adolescentas, miembros y miembras.

Son las siete y media. Pasan dos chicos de la mano. No tendrán más de 15 ó 16 años. Los dos sonrientes, felices y enamorados, a su manera, pero enamorados. El Parque es un lugar cojonudo para pensar y para escribir. Para disfrutar de tu chica y tu chico. Y es que todos hemos disfrutado de un primer amor. Ese que nunca va a acabar porque va a durar toda la vida.

“¿Quieres salir conmigo?”, tres palabras y dos interrogantes. “No”, una palabra. “No pero”, dos palabras. “Sí”, un millón de palabras. Tan difícil y tan simple como son las preguntas importantes.

Un sí es una liberación. Abandonabas el club de los solteros para pasar al de los ennoviados. Tienes a tu chica, para siempre. O eso crees. Violines, cancioncitas pastelosas y flechas de Cupidini que le decía a aquella. Pero no quiero hablar de amores sino de desamores. Porque toda historia a esas edades tiene un principio y un final, y como escuché una vez en la radio, las historias con final feliz son muy aburridas. O no. Quiero hablar de ese primer gran desamor quinceañero en el que el corazón se parte en 10.000 trozos diferentes imposibles de encajar.

Hablo de chicos y chicas... porque el dejado y el dejador puede ser cualquiera de los dos. No entiende de sexos sino de situaciones. Y esa primera vez es complicada. Porque no la ves venir. O sí.

La primera relación no suele ser muy larga. O sí. Tan solo unos meses, muy intensos al principio y mucho más apagados con el paso de las semanas. Como en todas las rupturas siempre hay una persona que sufre más que la otra. “Es que... tenemos que hablar”, “Es que... ya no siento lo que sentía antes”, “Es que... lo quiero dejar”. La boca se queda seca. Por no hablar de la otra frase mítica, cumplidora y jamás cumplida: “Pero quedamos como amigos eh?”.

Un alubión de recuerdos, historias, sudores, buenos, malos y regulares aparecen por tu cabeza como una cascada infinita que no tiene final. Tu ya ex novia emprende otro camino diferente al tuyo, diametralmente diferente. Dicen que no hay ruptura que no sea dolorosa y más con 15 añitos. Creo que tiene razón. A esa edad y a cualquiera necesitas un tiempo de duelo, cada uno el suyo. O no. 15 añitos, en los crees ser una persona madura y no eres más que un chavalín inocente. Lo peor de la ignorancia es creer que sabes aquello de lo que no tienes ni puta idea. De un solo golpe, con tres frases tan cortas, el empujón a la otra realidad es atroz. Nada te puede consolar. El ya se te pasará no sirve prácticamente para nada. Tan solo supone una luz al final de un túnel largo y oscuro, oscurísimo, casi negro en el que acabas de empezar a caminar. O no. Cada detalle te recuerda a la otra persona, cada movimiento, cada anécdota, cada lugar, cada paso y cada cada. Todo. Porque no te acuerdas de los defectos sino de las virtudes. Tienes un filtro en el que se quedan los errores de la otra persona para sólo ver los buenos.

El sueño de volver a revivir esos cadas es eso, un sueño, del que te despiertas con el paso de los días, de las semanas y los meses. Porque los caminos se han separado y si se vuelven a cruzar deberá ser en circunstancias diferentes. Las que había ahora no han funcionado. Pero eso con 15 años se ve en un horizonte demasiado lejano.

Los amigos están ahí. Sí. Siempre. Los de verdad. El “o no” ahora no es válido. Los amigos están ahí. No los del minuto 1 de ruptura sino los que están hasta el minuto 90. Que coño hasta que el árbitro saca la tablilla del descuento. Y los hay.

La dificultad de todo esto radica con el paso de los días, de las semanas y de los meses. Tu ruptura ha dejado de ser una novedad y has ingresado al club de los solteros sin fecha de caducidad. Porque el recuerdo siempre esta ahí. 15 añitos y el mundo se ha derrumbado en tu cabeza. Vuelta al Green de turno, al bar de turno y al rollo de turno. Ese de turno que es tu vida y que tanto te gustaba hace un tiempo y que tan poco te gusta ahora.

Pasan los días y los días y más días y el recuerdo quinceañero no se muere. Dos días despejado, cuatro nublado y tres con tormentas. Que después y sólo después, sólo después y después se transforman en dos nublados, cuatro despejado y las tormentas se las lleva algún anticiclón. ¿Os acordáis del “quieres rollo”?. Pues alguna vez, con un poquito más de trabajo... funciona y llega el calor aunque sólo sean unos minutos. Y el tiempo pasa.

El segundo muro, altísimo, llega un tiempo más tarde. La otra persona, en su camino diametralmente diferente al tuyo, encuentra a otra persona que le llena más, menos o igual que tú. O no. Lo de nunca te olvidaré, lo de siempre estarás ahí., lo de amigos para siempre se diluye tan rápido como todo lo que sentía tu ex novio o ex novia. Él o ella ya ha pasado toda esa época de recuperación, Lógicamente cuando él o ella te deja ha recorrido mucha parte del camino que tú acababas de empezar. Sí o sí. Tú, que creías que la habías pasado después de varias noches de anticiclones, vuelves a derrumbarte. Los amigos siguen ahí, tu gente permanece dispuesta a ayudarte, pero llega el momento de cada uno. Tú con 15 añitos te tienes que recuperar solo. Todos es nuevo y debes comenzar a crecer solo. Uff cuando la encuentras por la calle con su nuevo chico y ves reflejada las mismas sensaciones que sentías, en otra persona. Un hijo o hija de puta, lo sea o no lo sea, es un hijo o hija de puta que te ha robado esas vivencias y se las ha quedado él. Porque él o ella siguen sin tener defectos. Y a fuerza de golpes creces. Y creces. Y creces.

Y es en ese momento cuando afrontas el problema de cara, cuando descubres la verdad de la otra personas, la combinación de virtudes con defectos, todo cambia. Cuando ves que el mundo, la vida, las relaciones, los amigos, los bares y los ligues sientes que la vida continúa. Todo continúa. O no. O no.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos... y alguna cosa más

El verano, el calor, las vacaciones y las circunstancias me hicieron olvidar este blog que con tanta ilusión creé, la misma que me ha faltado estos meses para volver a escribir.

Porque uno cuando escribe debe estar 100% en sus letras y, sobre todo, en sus puntos. Seguidos, a partes y finales. Porque de todo debe tener uno en su camino.

Mi función de hoy no describe vivencias del pasado, quiere ir un paso más allá que seguramente tendré que volver hacia atrás. Es un experimento creado en mi retiro de las montañas.

Estaba en mi puta aldea, esa que de niño tan poco me gustaba y esa que ahora necesito de vez en cuando, aunque la visite menos de lo que me gustaría. Comienza un año complicado. Complicado y más. Por todo. Porque ya es el quinto trabajando, porque como dice mi paisano Enrique porque las cosas cambian y no estamos aquí de visita. Espero que me permitan que les contradiga un poco”. Enrique, escribiendo siempre has sido un sabio.

Pues eso, que estaba en Panticosa de retiro vacacional. A mí me gusta andar, y andando, andando y andando he visto una imagen que me ha devuelto palabras a la cabeza; ideas, palabras, puntos y comas. Y, a la vez, los dedos del teclado.

Por una de las sendas más impresionantes del Valle de Tena y de todo el Pirineo marchaba entre Panticosa y Hoz de Jaca. Son algo menos de hora y media en la que la luz desaparece en un túnel de árboles, ramas, flores, plantas, piedras moscas y mosquitos. Iba solo. Me gusta andar solo con mi mochila, un bidón de agua y esas sudaderas que las madres meten cuando nadie mira. Iba solo, pensando. Pensando y pensando. Pensando, pensando y pensando. Porque pensar es bueno y si estás solo y de retiro espiritual, mejor.

De repente un ruido me sorprendió. Unos pasos fuertes, decididos. Era otra persona que hacía la excursión en dirección contraria a la mía. Iba sonriendo y muy amablemente me dijo: “Buenos días”. No iba vestido con ropa deportiva como podía ir yo. Tampoco era un señorcito Lacoste, de esos que luce palmito en las montañas una mañana al año y que lo comenta entre sus colegas Ralph Laurent los 364 restantes. No. Era un hombre cualquiera, vestido de una forma muy cualquiera, que probablemente conocía senda piedra a piedra porque la había recorrido cientos de veces. Sé que vive en Panti, de vista, pero poco más.

Probablemente no haya ido a una gran ciudad en los últimos meses y no se crea que el mundo se vaya a caer por los mismos problemas por los que nosotros le haríamos arder. Él tiene suficiente con sus árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos.

Y entre mi pensando y pensando pensaba en ese hombre y sus preocupaciones. “¿Qué pocas preocupaciones tendrá?”, me vino a la cabeza. Y a la vez me di cuenta de lo tontísimo que puedo llegar a ser. Seguro que había pasado mil vivencias, diferentes a las mías pero para él, seguro igual de importantes. Dificultades, seguro que más complicadas. Pero sonríe, dice buenos días y continúa feliz piedra a piedra.

Nuestros problemas, esos que creemos que son pilares de nuestras vidas sólo son anécdotas. Los pensamientos pasan, las vivencias pasan, los problemas pasan y mucha gente también. Lo que para nosotros es vital es, realmente, circunstancial. Una sonrisa y un paseo. Una conversación y un tiempo. No hace falta tanto porque todo pasa. Un día me dijeron “Hay cuatro personas de verdad importantes en tu vida y dos son tus hermanos, tus padres que son uno y te faltan dos. El resto: pasa”. No lo pensé, ahora sí. Que todo tiene solución y en un túnel, aunque sea de árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos, también puede disfrutarse.

Tu ciudad, mi Zaragoza, tu Madrid, tu Pamplona, tu Valencia y mi Panticosa no significa todo sino una parte. Las ciudades son bonitas con los semáforos en ámbar. Sí. Pero hay que disfrutarlas encendidas y apagadas. Se encienden y se apagan. No pienses que eres el ojo del mundo ni su culo, porque no eres tan importante. Uno, con su paseo sus moscas y mosquitos, también puede disfrutar del túnel.

               

domingo, 6 de junio de 2010

Un lugar, unos recuerdos, unos sábados...

Hoy me he puesto melancólico, para que lo voy a negar. Hoy he pasado General Sueiro 37 y una tormenta entera de recuerdos, de vivencias, de muchas risas y algún que otro lloro han pasado por mi cabeza. Como un escalofrío de esos que dan cuando te acuerdas de algo importante. Hoy he pasado por la puerta del antiguo Nuevo Café, ahora convertido en una casita de luces poco elegante. Pero eso no es lo importante. En frente, siempre grande, ahora derrotado por los años estaba mi lugar, ahí estaba Green. “Green Green” que pone en la puerta.

Allí reí, allí lloré, allí crecí, allí me hice más persona. Parece una tontería pero esos lugares dan galones. Y esos galones, aunque sólo sea por fidelidad, los tengo en mi expediente.

Un adolescente siempre quiere ir un paso por delante. Cuando tienes 13 años miras a los de 14 envidioso de lo que piensan y lo que hacen, a las niñas que miran, a sus conversaciones y a sus historias. Pero cuando tienes 14 lo de 15 es lo mejor. La adolescencia es una escalera que parece interminable en la que el siguiente escalón supera a todo lo anterior.

Pues uno de esos escalones por delante estaba en Green. Porque todo buen adolescente quedaba con sus amigos a las cinco de la tarde. Cuando Zaragoza todavía dormía la siesta un buen catorceañero ya se había tuneado como un modelo para salir a la calle. Quedamos muchos. 14 adolescentes con sus mejores galas. 14 niños de 14 años, con la cabeza repleta de 14.000 pajaritos.

Me voy hacia atrás, a recordar.

La entrada era un ritual. “Yo paso segundo para que el viejo no me pida el carné que cumplo los años en diciembre”. “Joder pasa tú que aparentas ser más mayor”. Una tensión que se acababa al cruzar la puerta. Aquel viejo, que todos recordamos con cariño nunca pidió el carné.Un pasillo largo la barra a la izquierda... y al fondo... la oscuridad. La oscuridad de mil historias que podían ocurrir en sólo unas horas.

Lo primero es situarse, siempre en el mismo sitio, para marcar territorio. Este es mi lugar y si alguien viene deberé dar mi aprobación. Ningún cualquiera puede acercarse a un lugar que consideras casi tuyo.

De fondo la más rabiosa actualidad, los mejores éxitos del momento. Esa Oreja de Van Gogh, los inicios de dos hermanos que se hacía llamar Estopa, los momentos más radicales con Gigi D´Agostino, un recuerdo a nuestros mayores con Modestia Aparte. Tantos y tantos temas recogidos en los 40 principales. Alguna vez he pensado que entre canción y canción iba a aparecer el gran Fernandisco.

Para empezar que mejor que una vuelta de reconocimiento, un scounting a ver si la niña de turno ha llegado o no... A ver si la niña de turno estaba sola o no y echarle una mirada rompedora... o simplemente a ver si aparece alguna niña que alcance esa categoría de turno... o no.

En esa vuelta había que pasar por la barra, siempre llena hasta arriba para pedir la primera. Green era light, tan light que no se vendía ni una sola gota del alcohol, aunque las posibilidades era amplísimas. Estaban los clasicómanos, esos que con una coca cola o una naranjada se daban por satisfechos... Siempre pensé que eran unos cobardes. Un paso por delante estaban los bitter kas y las tónicas, sabor amargo diseñado para valientes. A la par algún osado que se atrevía a mezclar la coca cola con lima. El gran grupo, el gran pelotón se tiraba desesperado y sediento al San Francisco y la Pantera Rosa. Jamás supe que llevaba la Pantera Rosa. El grupo de los más radicales estaban los combinados personalizados... “Naranjada, con grosella y un poco de lima y piña...” “Coca cola, cereza, granadina y piña...” ¡Toma! Osados eran muy osados. Pero mucho, hay que reconocerlo.

El recorrido daba para mucho, para ver la abundantísima fauna adolescente que se podía juntar en poco más de 1000 metros cuadrados (esto lo digo a ojo). Repleto de personas de todo tipo mezcladas en un mismo grupo.

Copa en mano, reconocimiento hecho comenzaba el momento del cortejo. Porque a esas edades tú eres el macho en busca de una niña a la que ligar... Y el cortejo era tan simple y directo, como deberían ser la cosas importantes. Primero una mirada, un acercamiento físico... La niña devolvía la mirada aunque no ese acercamiento físico.

Esa mirada decía mucho. Pero mucho. Y si ya iba con sonrisita no digamos. Voy a utilizar el verbo en presente porque siento como si lo hubiera vivido ayer. Movimiento bailón estandar, adaptable a un pop español o una dance inglés.

Llega el momento. El corazón me late a mil por hora. Pero mil. Unos pasos, unos temblores, no es para menos. Me acerco a su oído. Incluso ella con todo el ruido que hay puede sentir mi respiración entrecortada. La boca está seca y ahí va: “¿Quieres rollo?” Ya estaba dicha, la pregunta más importante. Para que andar con niñerías, directo y al grano.. Ella tarda en responder unos segundos. Unos segundos eternos. Pero lo tiene claro: “No”. Rotundo, sin dudas. A lo que, a la desesperada pregunto “¿Y tus amigas?”, sin preguntar, otra contestación rotunda: “No”. Dolido, sin mirarla más a la cara vuelvo a mi hábitat, a lamer mis profundas heridas con mis amigos. No pasada nada. Nada. Pero sí pasa, y mucho.

Desde mi sitio veo a una pareja pasar al reservado de la mano. Se acaban de conocer y ahí iban, al lugar soñado por mí. Esa habitación, dos escaleras arriba, las dos escaleras de la victoria con unos sofás que significaban el triunfo. Pero la vida es así. La medalla la ha ganado otro. ¿Qué le habrá dicho? No lo sé. Tampoco me importa ahora.

La derrota con la chica de la sonrisa encadenaba una consumición más, una vuelta más y una sucesión interminable de derrotas más. Esto era así. Una visitilla al baño donde los más valientes se atrevían a fumar sus primeras caladas. Un lugar para chicos malos que nunca me gustó.

Volvamos al tema

La cabeza, cada vez más agachada, sólo pensaba en ir casa y velar armas para la semana siguiente. Esto era así. De buen deportista es admitir un partido perdido. La cabeza tenía que irse arriba. Sabía que algún día subiría esas escaleras para entrar en mi salón de la fama.

Llegaban las 10 y media. La hora de ir a casa. Allí estarán mis padres, una hermana, y los “Moros y Cristianos” de Sardá y Jordi González en Telecinco debatiendo algo apasionante.

Sábados y sábados así marcaron mi vida adolescente. Me hicieron madurar porque la derrota te ayuda más que la victoria y yo de derrotas en Green sé mucho.

jueves, 27 de mayo de 2010

La función acaba de comenzar...

Uno empieza a tener una edad y como tiene esa edad pues hay etapas que pasan, que se consumen y que nunca volverán. Por tiempo, por gusto o por necesidad he dado un salto de cinco años pero hacia atrás. Un salto sí. Un flashback, el retorno con esa palabra que se ha puesto de moda cuando uno anda perdido. He desempolvado libros, una carpeta, la mochila y por supuesto mi cabeza que ya estaba entumecida de demasiadas cosas. He vuelto a la universidad. Lugar de estudios y muchas cosas más, porque el mundo universitario da mucho de sí.

Ese mucho de sí está en muchos sitios, en muchas clases, en mucho césped y en muchas historias.

Y uno de ellos está en la biblioteca. Siempre me he preguntado por qué en un sitio de consulta de libros no se consulta ni un jodido libro. Todo el mundo estudia o hace que estudia o quizá simplemente deja sus carpetas a buen recaudo.

La verdad es que yo no soy de mucho madrugar. Lo reconozco. Cuando llego, ese lugar está en plena ebullición, en pleno movimiento muchas veces movimiento de nada.

Y llegó y cuesta encontrar un simple lugar en una mesa. Joder que si cuesta. Las vueltas que hay que dar, mochila al hombro, para encontrar un simple rincón en el que sentarse, instalarse y unas cuantas -arse.

Tengo que estudiar y también observar porque observando se aprende. El decorado vespertino siempre es diferente del matutino, con sus características y sus personajes típicos y tópicos.

Porque creedme que he estado en muchas bibliotecas y en todas los hay. No seré tan inocente de pensar que yo soy un mero espectador, no... soy un integrante más de esa gran función teatral que se repite cada mañana y cada tarde en ese lugar.

Porque me siento donde puedo y ahí está él... el primero. El guapo, el ligón, el fucker que diría aquel. No tiene la exclusiva puede haber varios por allí. Yo siempre le he admirado. Guapo siempre, con el pelo perfecto esa sonrisa imantada para todas esas niñas. Estudiar estudia poco. Los de su categoría no están para estas nimiedades. Sinceramente siempre les he tenido envidia porque las niñas son una debilidad y él las atrae por defecto. Haga lo que haga, se mueve y hable lo que hable siempre gusta.

Él las tiene y lo malo es que no las presta. Como diría aquel lo suyo no tiene mérito. A su alrededor tres niñas que se ríen y puede ser que se rían de verdad, que les haga gracia de verdad, o puede que no. Apuntes abiertos por supuesto, su sonrisa y su plan seguro para el fin de semana.

Sorprenden las edades. Porque ahí están los símbolos. Esos que con 27, 28, 30 siguen ahí, al pie del cañón, en 4º con asignaturas de 3º y de 2º, ¿por qué no?. Se las saben todas, han estado en infinidad de pasos de ecuador, en infinidad de fiestas fin de carrera, su orla, con su foto, coge polvo en algún rincón de la facultad. Todo el mundo les conoce y les saluda, con nombres y apellidos. Merecen un respeto, aunque sólo sea por muescas ganadas en esa biblioteca. Porque por derecho propio, por batallas ganadas y batallas perdidas, por tantas aventuras, la biblioteca es un hábitat más de su vida. Son los símbolos y merecen un respeto.

Estos símbolos han visto mucha niña guapa. Mucha. Pero mucha. Ella pasa y todos miran. Siempre bien vestida, siempre maquillada, una miss a la que todos votaríamos y que a ninguno quiere. Es la chica perfecta. Sus notas no son algo irrelevante, puede ser una matriculina, puede ser un zote, eso es lo de menos. Cuando ves un bellezón así, su expediente pasa a ser algo irrelevante. Acercarse a ella no es fácil, sólo son capaces los valientes. Sus bolígrafos, su carpetas sus apuntes, todo es perfecto... Escribo esto y me acuerdo de alguna pamplonesa.

Y toda biblioteca suele tener su empollón, su chapón, su estudioso... Su empollona, su chapona, su estudiosa... sobran calificativos para ese y esa joven que llega a las ocho de la mañana se va a las nueve de la noche y no levanta su cara de la mesa. No entiende de géneros y es protagonista de la función tanto de mañana como de tarde porque es de los pocos que repiten. Eso de las gafitas ha pasado de moda, el chapón no se ajusta a ningún parámetro físico. Lo revelan sus actos no sus apariencias. Se levanta poco de su silla y sus apuntes tienen un pedigrí especial. No es egoísta los presta sin problemas porque en el fondo es un tío generoso. Y más en el fondo, al acudir al tablón de notas, todos querríamos ser uno de ellos.

En una buena biblioteca que se precie está el abuelo. Ese recién jubilado con tanto tiempo libre que ha decidido ocupar parte en la aulas universitarias. Muchos se encuentran desbordados de tanto apunte, también hay alguno organizado que lleva a cabo esa fiel guía incumplida de estudiar al día. No tiene prisa por acabar y, quizá nunca firmen ese añorado título. Ni molesta ni quiere que le molesten aunque nunca rechaza la llamada de un joven castor desesperado en busca de unas líneas coherentes que estudiar. No hace ningún ruido porque no quiere destacar, el abuelo es así de generoso.

Por supuesto están los amigos. Tres, cuatro cinco chicos no más, que se juntan a estudiar, que llegan a las nueve que se van a las nueve y cuarto a desayunar... que llegan a las diez y a las diez y media se van a fumar... vuelven a las once y a y media se van a la caña del vermouth. Un va y ven mareante para algunos y necesario para ellos, porque para ellos es salud. Y llegan a casa y ellos mismos se creen que han estudiado. Son así, luego suspenderán o aprobarán y recibirán un sobresaliente en mus, pocha, guiñote o similares. Porque viven la Universidad a tope y ese a tope también sucede en los alrededores de la biblioteca.

Las maquilladas “tía, tía, tía...”. Arregladísimas como si se fueran a la más elitista de las fiestas y con ganas de alternar más que de estudiar. No son necesariamente guapas pero sí quieren aparentarlo. Disponen de ratos para ellas y muchos ratos para el guapo que con un solo gesto las vuelve locas y las invita a ir al baño a comentar la jugada y a arreglarse un poquitín más. Siempre a la moda con sus vestiditos, con su rimelcito, con sus arreglitos con sus collarcitos con sus pulseritas. Tanto -ito me está poniendo nervioso.

La parejita. Se han encontrado en la Universidad y están pegados como dos enamorados que, en realidad, es lo que son. Combinan un rato de estudio con una sonrisa, otro rato y un besín, otro rato y se dan la mano. Están enamorados con mayúsculas. No sé lo que durará esa flecha cupidiana pero da envidia verlos. Les da igual todo lo que sucede a su alrededor. El amor es así.

Y que decir de la silla solitaria con el cuaderno en la mesa. Siempre ahí, llorosa, resignada. El hilo de esperanza a que venga su dueño se hace cada vez más débil conforme pasan las horas. Ella no se mueve, una amiga siempre esperando a su amigo. Fiel escudera, siempre fiel. Al día siguiente continúa con su soledad pero siempre ahí. Ella nunca falla.

Seguro que hay algún personaje más pero estos siempre están. Son actores protagonistas de una función que se repite cada día. Cada día. Cada mañana Cada tarde y cada noche.

Son las ocho, la función acaba de comenzar...