sábado, 21 de noviembre de 2015

Tarde en París

          Los tambores del miedo estucan los finos tabiques del primer mundo. Estamos asustados por lo ocurrido en Paris; asustados porque un puñado de locos invocando a Alá han acribillado a rostros pálidos mileuristas con vaqueros, camisetas de Zara y gintonics en la mano derecha e izquierda. Nos creíamos a salvo y, a rugido de Kalashkinov, hemos despertado. Ellos apuntan y también disparan.
El miedo es moneda corriente desde que los asesinos nos demostraron, otra vez, que somos vulnerables. Hoy la apertura más oscura del Informativo no está en la luna sino a la luz de las velas de un restaurante con manteles y salmón en su menú y a la sombra de una discoteca donde podía resonar lo viejo de Vertusta Morla. El ISIS, el Daesh, o como se llame, come y duerme entre nosotros querido iluso.
Ahora en las tertulias prime time hacen eco los radicalismos: unos voceros de corbata y americana cruzada exigen gillotina al Islam y aviones cargados de bombas para dejar seca y yerma la tierra que no es nuestra; y otros pretenden exportar la LOGSE,  la LOMCE, un taco de octavillas y su verborrea progre como medida de contención a esta panda de rufianes con turbante DNI europeo y asiático, y armados hasta los dientes.
Algo hemos hecho mal en el primer mundo. En los cuarteles de invierno nos pusimos tapones en los oídos mientras otros taconeaban sus adoquines hasta un radicalismo extremo y vil. No escuchamos que durante décadas aquellos musulmanes han asesinado por miles a otros musulmanes y cristianos con navajas exportadas desde Albacete, desde el Califato que quieren reconstruir a golpe de sable. Nunca reímos las gracias de esa panda de asesinos, es verdad, pero sí poníamos el cepillo para que nos pagasen caros los cuchillos afilados de primerísima calidad. Y tampoco les vendimos un buen escudo a las víctimas de sus disparos.
 Queremos arreglarlo todo tarde y mal como casi siempre, cuando la bilis de esta pandilla está escupida en las aceras de occidente. Francia zarpa con su flamante Charles De Gaulle y creo que acierta porque, queridos amigos, esta es una guerra lícita. Nos han atacado, han asesinado a los nuestros y debemos responder. Pero iluminar la noche siria a luz de cohetes debe ir acompañado, como escuché al gran periodista Ramón Lobo, de un Plan Global en mayúsculas que acabe con este radicalismo sanguinario desde su más pura gestación. Ramón apuntaba que primero debemos saber quiénes son nuestros amigos y enemigos en aquel barrio repleto de pollos con plumajes diferentes y después, entre muchas medidas, debemos ahogarlos. Cortar sus vías de suministro, de agua, de luz y de sal, mutilar su propaganda en las redes sociales, prohibir la venta de armas y, también, sobrevolar sus cuarteles con F-18 cargados de misiles.
Ramón Lobo lo dice; se han acabado las guerras convencionales para Occidente. Ayer fue la hora de actuar.

martes, 13 de octubre de 2015

De musicalité

Me apetece hablar de música. La música mueve el mundo: los pies, los muros, las manos, los dedos, los tangas y las luces rojas. Suena en el portátil una vulgar playlist de La Casa Azul escogida por youtube. Luego lo compensaré con un poco de Bunbury sin Héroes porque admiro lo singular por encima de lo plural. En aragonés. Enrique ha pescado la trucha, la ha horneado, aliñado y emplatado; él y sólo él, sin Valdivia ni Andreu, ni tampoco Cardiel. Sobre un mantel blanco de hilo un puñado de comensales olemos al pececillo sin guarnición y, después, lo engullimos sin miramientos ni muecas. Hasta que nos empachemos. De Bunbury hasta las espinas.
         Admiro a los compositores. Los considero artistas con mayúsculas; un relato lo escribe cualquiera, una poesía muy poquitos y una partitura sólo los virtuosos. 
         El gusto, el mío, el tuyo o el de cualquiera es esclavo del calendario. Hoy me encanta Amaral. Así, sin miramientos, me encanta; pero no le prometo invitación con lazo rosa, pajarita, brindis con padrinos, tarta y barra libre. No. Mañana no descarto abandonarle por algún tacón largo y faldita corta y no quiero reproches ni mensualidades por divorcio que pagar.  
         Al pop noventero no le perdonaré jamás. Me engatusó en plena fiebre adolescente, cuando los delirios me impedían ver más allá del sábado por la noche. Creía que Urquijo, Quique González y amigos me guiarían a alguna cabaña romántica con hoguerita y manta en el que guarecerme hasta que dejase de diluviar. No. Él y sus Secretos, La Guardia, Modestia Aparte, La Fuga y demás mentirosos de postín me regalaron un mapa en el que los caminos me devolvían a lo oscuro. Andaba en círculos dentro de una habitación repleta de letras amarillo huevo. Sus canciones cortaban a tijera el fino celofán que un minutero reconstruía en duras jornadas de sol a sol. Me costó pero les dejé y me vendí a los Killers y a los Smiths y a Coldplay. Quizá dijesen lo mismo pero yo no me di cuenta. Por una vez (y no más) agradecí que cuando unos aprendían el genitivo sajón de Shakespeare, Paula (o como se llamara) y yo nos escribíamos cartitas en la lengua de Cervantes.
          El heavy, como el punki, pasó de moda. Compartí habitación durante varios inviernos con Axel Rose en versión poster gigante y sus casetes Use for Illusion I y II. Ruido y gritos a partes casi iguales provocaban el delirio de una generación con camiseta negra, cinturón de cuero y Conversse. Dudo que los pollos de hoy sepan ahora quién es ese melenudo gritón que acompañaba a la guitarra del virtuoso Slash. Ahora lo que se lleva es el reggetton. Letras sin bragas en la que los jovenzuelos huelen sábanas sudadas y flujos corporales. Un tal Juan Magán suma más de sesenta millones de reproducciones en el youtube con un temazo que repite “amor” y “hoy” más de quince veces. La infidelidad obsesiva viene provocada por sujetos irresponsables como este calvito con ritmo quien no es consciente de su culpa en la promiscuidad sabatina de chicos y chicas con gorra y bragueta bajadas.
Por cierto, con MGMT tuve un rollito; nada serio. A veces es bueno alargar la noche aunque para ello tire de unas copitas de balón con poco hielo y antifaz negro. La noche se tragó al día. Lo pasamos bien durante un ratito. Escuché Time to Prend y Kids, incluso Electric Feel. Pero subí la persiana y bajo el sol había casi nada: usar y tirar sin reciclaje posible. Seguro anda dando minutos de placer a algún desengañado con las pestañas cerradas.      
Leo que los U2 se han comido el Sant Jordi sin patatas ni mostaza, casi sin aliñar. Tras salvar unas ballenas en el Ártico y rezar con los Lama en el Himalaya Bono ha vuelto a ponerse una chupa y a cantar bien. Nunca fui de U2, ni de los Rolling, ni de AC&DC ni de casi ningún grupo de masas. Me agobian los miles de gropies de la mano de sus novias orgullosas y detesto hacer colas para mear más largas que una canción de la que no me sé la letra. Me pierdo shows irrepetibles, lo sé y pretendo seguir así y poder pagar una caña sin empeñar mi bicicleta del Decathlon.
         Los modernos escuchamos durante un tiempo a Love of Lesbian, a Dorian, Supersubmarina, Sidonie,  y a Vetusta Morla; el orden de los factores no altera un jarrón de chino similar. Nuevos indies con guitarras más caras que talento para tocarlas. A Balmes le he visto cinco veces y me he divertido mucho rodeado de barbas, camisas ajedrezadas y gafas de pasta, algunas sin cristal. A Vetusta alguna menos. Estos, esos y aquellos han metido en una pecera un montón de papelitos con una palabra escrita en Times New Roman tamaño 14, bien doblados, agitados y mezclados, y los han extraído al azar. Un genio con camisa ajustada de manga corta y calzoncillos a cuadros los ha escrito en riguroso orden de salida y, con una guitarra y un teclado ha compuesto un hit. Y suena bien. Meritorio. Mucho.
         Ojalá entendiese lo que dicen Los Planetas. Dicen los que han leído todas sus letras que son maravillosas. Yo entendí un par y doy fe de que parecen poesía. Luego escuché unas cuantas más y exijo un traductor.  

         Hoy en el Corte Inglés ha sonado lo nuevo de Manolo García. Don Manuel. El maestro del sin sentido. Es bueno, también para comprar cremas y colonias, hasta la Cara B. Vale de hablar, y de leer y escuchemosle. Yo a Manolo y tú a quien quieras. Pincho como un Burro amarrado a la puerta del baile y echo a volar. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

De profesión, debatidor

Fui elegido Delegado (con mayúscula) en 3º de EGB tras un pucherazo infame de mi querida Marilé (DEP). En 4º EGB, mayoría absoluta. El cargo me desgastó, necesitaba nuevos retos y en 5º me presenté a bibliotecario; por supuesto gané. Sólo un año más tarde el pueblo me pidió que volviese y por aclamación retorné al cargo. Perdí las elecciones de séptimo. Más. Me votaron para ser parte del Consejo de Curso de la FCOM y, después, Decano del Colegio Mayor Larraona (68-14, otra mayoría absoluta). 
         Creo que con este currículo estoy acreditado para hablar de discurso comunicativo y verbo público más que casi todos.
         La industrial televisiva está a dieta severa y hay nada más bajo en calorías que colocar cuatro o seis sillas en la que se sienten cuatro o seis charlatanes/as. La telefórmula de la hambruna que diría aquel. La charlatanería no entiende de sexos sino de verbos low cost. Un poquito de maquillaje, un vestido de rayas, un carmín rojo y a jugar. Apoyan sus orondos culos, afilan sus lenguas en un plató luminoso y opinan. Sí opinan.
Hacia la una menos cuarto de hoy y en adelante he escuchado a un neo illuminati hablar de Pujol, del drama de la inmigración, de leyes y proyectos de ley, y de educación. Y de fútbol, también de fútbol. Todo en menos de una hora. Su verborrea catedralicia sólo parecía comparable a la de Fray Luis de León ante a un alumnado ávido de un nuevo alfabeto: "Como decíamos ayer...". No ha dudado ni una vocal, nada; quizá seis o siete caídas de pestañas a la velocidad de un Sputnik pero nada más. Me he asustado y después he aplaudido. Aplauso sonoro y cerrado, del bueno. Faena de dos orejas y rabo. 
Curioso como pretendo ser, ojiplático y pelopúntico, he rascado con mis cortas uñas en uno de sus sermones durante un puñado de minutos acompañado de San Google. Loco de mí, he encontrado el argumentario de este párvulo avanzado, eso sí extraordinariamente bien orado. Nada más. Punto.
Si de lo que yo sé un poquito, Fray Luis miente como un bellaco, de lo que desconozco ¡qué sé yo! Maldito trilero. Como decía aquel, el problema no es que me haya mentido una vez sino que jamás le podré volver a creer.
Habitamos en un universo supra informado de titulares repletos de faltas de ortografía, testimonios tergiversados y voces agudas que no saben combinar más de diez palabras en clave de La sin acudir a la de Sol para imponer su mentira al prójimo. Amontonan loas con propina de papel en la bandeja previa, o insultos si del bolsillo sólo han salido cobres.
La mentira o la verdad supone un puro atrezzo entre una prosa barata vociferada por encima del micrófono vecino. Trafican con argumentos de cartón piedra y bienviven un póker de añitos con su maravilloso continente y nulo contenido. Más adelante, como el mal daltónico valorarán si lo azul sigue siendo lo mejor o ahora la excelencia se pinta en rojo. Las urnas dirán.
Parlotear parece sencillo, tanto que hasta este sujeto cejudo de corbata en tonos marengo sabe hacerlo y muy bien; pero argumentar… ¡Ay! Argumentar es demasiado complicado para su lengua mediocre.  

Y ahora me callo, que empieza Sálvame.

lunes, 3 de agosto de 2015

El tema de la espera

La felicidad cubre el teclado con una nube opaca, luminosa y dulce. Ese azúcar rosa y virgen impide que las yemas de los dedos se deslicen arrítmicamente entre puntos. Maldigo mil veces a la felicidad si lo que tengo en frente es un rostro pálido. Hoy por fin ha oscurecido. Sonrío. El teclado es ahora lúcido.
Adoro la noche. Yo soy más yo cuando, tras el cristal, los ojos esféricos parpadean en ámbar y los neones delgaditos invitan a una copa con o sin postre. Hoy las vecinas no duermen y los búhos hacen guardia permanente por lo que pueda pasar. Esta miscelánea de plumas y retinas circulares vigilan que la señora del visón descanse y la jovenzuela del quinto baje a tentar al jovenzuelo con su fino violín y faldita corta. Yo las deseo. Ya lo dijo Orwell: Lo mejor de una tentación es caer en ella.
Hoy me apetece escribir apoyado en una barra golfa. El maestro Muñoz Molina reconoce haberlo hecho en su última novela (insufriblemente densa cual polvorón). Ha escrito por instinto, a bocanadas. Tragos de realidad y ficción demasiado cargados, con mucho hielo, sin orden ni concierto. Dice que, en ocasiones, encontró caminos sin salida y que, simplemente, volvió atrás. Es un tipo listo; seguro dejó alguna miguita de pan para saber volver a la senda correcta.
Qué fácil es decirlo cuando tintas la barba en claroscuros, entonas acento jienense y talento infinito. Tú juegas con ventaja amigo mío. Tú eres Muñoz Molina y yo un treintañero despistado tras un remolino de minutos curvos.
El camino correcto se esconde entre trescientos sesenta grados de muchas sendas y algunas (no muchas) autovías asfaltadas. Me encuentro más cómodo en la cara norte que en la sur pero reconozco que, de vez en cuando, miro de reojo más allá de Despeñaperros e incluso levanto faldas escocesas cual manolarga despistado. Sólo mirar. No tocar.
         Para encontrar la autopista al cielo hay que tener la sed justa y la lengua educada para reconocer el mejor caldo. No vale con un trapo ajedrezado en la muñeca, sonrisa chinesca y buen rollito. Paciencia porque un par de raciones de arroz tres delicias de medio tenedor fast food quizá te asqueen antes de que llegue un Goxua maravilloso. Tu estómago no admitirá más bocados y ese pastel del sur vasco se lo comerá el siguiente comensal suertudo. Hay que saber esperar y, sobre todo, saber descartar lo que oro parece y plata no es.  
         Algún malnacido lleva GPS en su bolsillo izquierdo. Yo los he visto. Maldigo a los tramposos que marcan las cartas en una pocha tras la buena comilona. Ojalá se les gaste la batería y cuando lo necesiten de verdad no sepan dar un solo paso más hacia adelante. Yo no seré generoso. Pasaré de su dedo autoestopista por trileros y les sacaré mi corazón manual por la ventanilla. Jodeos. Una cosa es la solidaridad con los necesitados y otra un imbécil que cargue con una panda de timadores en el asiento de piel de mi regional express.

Beatifiquemos a los equivocados que se dan la vuelta, piden ayuda pero jamás hacen trampas. Francisco, seguro, apoya mi moción.