lunes, 2 de diciembre de 2013

De lunes que parecen gélidos

Hace frío. Creo. Hablo de vistas tras el cristal. El personal pasea su lunes tarde por la acera azul y blanca oscura de mi calle, envueltos en abrigos de piel y alguno de plumas. Me fío de las apariencias y subo la calefacción un gradito. Soy un cobarde, lo sé. Para afirmar algo hay que vivirlo y yo escribo de vistas y de oídas tras las ventanas de mi salón gris con segundero rojo. De fondo Bunbury. Palosanto. No me gusta. Artista.
Miro tras el cristal de nuevo. Las farolas pretenden disfrazar el frío con bombillas naranjas. Calor y color de lata. Trileras. Mentís. O eso creo porque repito: no tengo valor para cerrar la puerta por fuera y comprobarlo en mi propio pellejo.
Me gusta el invierno pero no el de este lunes tarde y noche. Me gusta el invierno soleado de vermú en terraza mientras los chicos y las chicas corretean unos tras otros. Ayer algunos se peleaban. Dejémoslos. Es bueno recibir arañazos de vez en cuando. Todos debemos saber que existen las habas de martes y no sólo los roscones de San Valero.
Es difícil escuchar verdades y también decirlas. Hubo un día en el que creíamos que las habas eran crema. Alguno y alguna sabía de nuestra ignorancia pero no tuvo el valor (huevos) de decirnos que estábamos equivocados. El blanco era carbón. Nos dejó vagabundear entre espinas de salmón con los ojos cegados y yo no se lo perdono. Nunca. Jamás. Luego nos dimos cuenta de todo.
Escucho que mi vecina sale de casa.  Ella es una valiente bajo un abrigo de zorro oscuro rumbo al supermercado. Yo cenaré por teléfono y mañana no me fiaré de casi nadie.



domingo, 20 de octubre de 2013

Febrilidades

En los brazos de la fiebre soy diferente. Saboreo el azul ácido de los 38 grados sobre cero. Mi cabeza gira sin sentido aunque esté apoyada en la cabecera de un sofá gris con almohada roja. No he merendado. No tengo hambre. Tú tampoco.
La hambruna es el peor mal de la clase gris; la del domingo con paella, manta ajedrezada, comedia romántica y cojín suave. Y no me refiero a la falta de lonchas de jamón york sino a la de ambición. 
Recuerdo y añoro un tiempo en el que todos éramos novios de todos y el futuro nos observaba desafiante desde el borde de la azotea. Nosotros respondíamos desde el callejón con gestos de chulería indecente y maleducada. Le provocamos. Ilusos. Ven. Inconscientes. Y vino, con paso tranquilo, sin prisas. Llegó y nos arrodillamos. 
Poco queda de aquellos besos en mi portal a las once menos cinco. Muy poco. Casi nada. Sólo las babas que nos obligan a recordar cada minuto en lo que nos hemos convertido.
Ayer me contaron que nos habíamos vuelto a enamorar. Pero ese amor no tiene los ojos verdes, ni la piel morena, ni el pelo corto, ni el culo perfecto. El vagón de la famme fatale ha pasado y ahora aceptamos las migajas de un par de bocetos corregidos con goma Milán. Me conformo con borrones. Hoy he dicho sí a la mediocridad aunque ayer, cuando nos besábamos todos con todas, jurara pelear por lo dulce. Tú también. Reconócelo y no pongas cara de tipo duro. No te pega.
Tengo fiebre. Escucho a lo lejos la voz del gijonés Francisco Dixon. Toco mis plantas con las yemas de los dedos. Son verdes. Yo me iré pero quiero que ellas estén aquí para siempre.
Hoy no te levantaría la falda aunque me prometieses que debajo se esconden mis bragas negras. Lo siento. No quiero. Enséñaselas al otro, como haces cuando miro hacia el parque. La sintonía de la fiebre provoca que el deseo más irrefrenable, excitante y oscuro se anestesie hasta sentir absolutamente nada. Preparo una sopa (de letras) y manta gorda. Espero que el maestro de los sueños me haga un hueco entre los mediocres sanos.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Segunderos canallas

Llevo segundos (y no exagero) obsesionado con escribir sobre el tiempo. Se trata del reto más complicado desde que estrené este blog, el cual, por cierto, estoy cerca de clausurar. Cerrar. Tabicar. Sellar. O lacrar. Fuego real y no de artificio que ilumine las dos de la madrugada. Armas nucleares. A discreción.
El tiempo, como lo entendemos a las 00:08 del 7 de septiembre, lo crearon en la antigua Babilonia. El babilonio de a pie estaba agotado de mirar al cielo y decidió mirar a la tierra. Se hartó de contar soles. Tipo listo el babilonio de a pie. Miró al de enfrente y soñó desde lo real. Sueño quizá sea mi palabra favorita. Pero volvamos al tiempo que me despisto.
Somos esclavos del segundero. El tiempo se mide en segundos; los minutos y las horas y los días y los años son un encuentro intencionado y desinteresado de segundos. Hoy o ahora te quiero y hoy o ahora, o mañana, no te quiero (aunque no tenga valor o cojones para decírtelo); todo, absolutamente todo, está separado por time (el inglés es el idioma del futuro). Mintiendo. 
Perengano/a (la primera vez en mi vida que utilizo esta palabra) es un encanto, después un/a hija de puta y después un encanto. Amiguito/a, amiguete/a, amigo/a y vete a tomar por el culo. Olvídame. Canalla. Tres o cuatro episodios vitales separados por segundos amontonados. Sumados. Adicionados. 
El reloj (clock) y sólo el reloj tiene el poder omnímodo de diferenciar esa miscelánea de sentimientos (me encanta la palabra miscelánea). Por cierto, son las 00:23. Hora casi golfa. A un verde, a un rojo, a un negro y, luego, a un gris sólo los separa tiempo sexagesimal. #HoyNoFollas es TT en este momento. Las 00:35.

No soy el mismo que hace  minutos, lo reconozco. Quiero, odio, huelo, palpo, saboreo, miro y escucho diferente que a las 00:23. He cambiado. He mutado. Me he transformado. Respiro. Las 00:39. Lo miro en un reloj de pared rojo sobre fondo gris colocado a la una en punto (Baile de salón dixit). To be continued.    

sábado, 24 de agosto de 2013

Cinco minutos (más uno)

Cinco minutos. Me doy cinco minutos para escribir, no más. Ni menos. Exactitud hacia arriba y hacia abajo. Cinco en punto. Silencio. Escribo lo primero que se me viene a la cabeza. Bocanadas de letras y palabras y frases. Puntos. Sin sentido, da igual. Kings of león en youtube para después. Decepción en directo (BBK) pero ídolos en diferido. Hay veces que lo artificial supera a lo real y eso no es bueno. Mordamos partituras con clave de Sol aunque ahora es de noche. La una y cinco. Oda a los sueños claros y oscuros. No paro y sólo escribo. Tres minutos. Escucho al silencio y el silencio suena. Escuchémoslos, en plural. He escrito dos veces bueno en el mismo texto. Error. Equivocarse también es bueno. Tercer error. No paro. Mira hacia adelante. Atrás ni para coger impulso. Yo miro hacia adelante y veo una botella de agua azul con nada dentro. La rellenaré y la meteré en la nevera. Reciclaje con savia nueva. Lo que te pase a ti me importa relativamente. Egoísmo real. Un minuto. Estornudo. Minuto en blanco como la leche. Tiene de todo excepto Vitamina C. Todos escondemos defectos. Fin.

martes, 30 de abril de 2013

Baile de salón


La una. Tres plantas, me da igual su nombre, ocultan dos enchufes. Pretendo que un poco de naturaleza enmascare lo urbanita de 2013 y sucesivos. Acaban de nacer y van a crecer. Las riego cada lunes, lo justo. Dieta mediterránea a base de agua (del Pirineo). Imprescindible un buen desayuno para afrontar la semana.
Las tres. Grises y rojos, como la vida, llena de contrastes. Emociones y razón. Bipolaridad. Fondos monótonos y mono tonos salpicados de sangre roja y no azul. Letizia está invitada pero Felipe no. En mi sofá se sienta gente real pero no Real. Mayúsculas y peros que cambian todo.
Las cinco. Delgada. Alta. Sin curvas pero con luz. Divina. Una luz blanca y hermosa, graduable según el día. Nunca molesta porque yo no le dejo; compañera de noches pero no de amaneceres, viene y se va cuando a mí me place. Cosa de lámparas modernas y su fidelidad a la carta. Amor libre. Hoy está apagada.
Las seis. Leonardo renovado. Renacimiento en un lienzo del siglo XXI. Un niño pinta La Gioconda encima del sofá. Creo que quiere innovar sobre la belleza antigua, evolucionar y no romper. IKEA para eso es un maestro, te hace carpintero, ebanista y pintor con un manual de dos hojas. Pasos hacia adelante en esta globalización de oficios. La profesión del futuro es el hombre orquesta.
Las siete. Hora complicada: he decidido arriesgar y me sirvo unos vinitos antes de la cena. Mis siete emiten una luz tierna, tranquila y agradable; de las que acompaña y complementa pero no quiere excesivo protagonismo. Un teléfono azul y un router pretenden ponerla nerviosa pero ella no se deja. Tiene una forma extraña. Una pizca de riesgo rebajado por el stock de una tienda que languidece. La cierran. Mañana serán seis millones más uno.
Las nueve. Espacio. Aire. Fuego a las puertas del salón pero no a las de la casa. Las del salón las he quitado porque me impedían conocer desde el sofá quién entraba y quién salía. Ocupaban un espacio absurdo. Ahora veo la de la calle si quiero. Las puertas (las de la calle) son algo necesario; para cerrar y para abrir. Yo ahora las he cerrado pero quién lo desee puede tocar el timbre y será convenientemente recibido. O no. Single sin prisas. Tiro de anglicismos en una sociedad común. Shakespeare gana a Cervantes; Alemania a España también, que se lo pregunten a Mou y Tito.
Las once. La hora de cenar. El cristal parece ocupar menos espacio. Ahora que las ollas hacen eco (eco, eco, eco) es conveniente que lo poco parezca mucho. Encima unas velas rojas, de cumpleaños y no de funeral. Unas pequeñas y otras grandes, familia unida y numerosa. Ahora cuatro es mucho. Tres también. Dos también. Sillas blancas pero no virginales, cremita rebajada. Hoy ceno un bocadillo de anchoas y agua cristalina.
Las doce. Samsung. Japón China o Corea en Zaragoza. Ventana al mundo de 40 pulgadas y decenas de mundos alrededor de Aragón TV. Barramos para casa porque lo nuestro debe ser lo mejor. Chovinismo sano. Debemos aprender a querernos más. Con mi mando viajo sin billetes, en plan polizón. Ahora veo cocineros con ganas de ser cocineros. Platos sin complejos, con personalidad y ego, como mi salón.
  

martes, 12 de marzo de 2013

Naranjas



Hoy no he cenado naranjas. Les guardo demasiado respeto como para engullirlas y que su zumo moribundo languidezca por la comisura de mis labios, de manera vulgar. La trataré de usted: Doña Naranja. Excelentísima y reverendísima. En mayúsculas.
He tocado la naranja, la he deslizado por mis dedos porque adoro su textura rugosa, casi volcánica. Me recuerda al acné de un adolescente quien hurga en su tez (me encanta esta palabra) buscando el por qué de las miradas de la niña a un muchacho mayor. Ojos profundos. Fuego. Querida Marta o María (o Inés) o como te llamaras en 1997 y 1998. Yo perseguía tu azul, casi siempre sin éxito.
Naranja es un color en boga (otra bonita palabra). Ahora decora cocinas y combina con los fruteros de invierno y alguna bombona de butano trasnochada. A la naranja la miro y combina con mi jersey de Massimo Dutti. Con el de Zara hace unas cuantas lavadoras que no. Teresa o Paula, tú siempre vestías de azul, había días que de negro otros de verde. Un abrigo de cualquier marrón. Incluso te atreviste con un kiwi espantoso. Pero aquel bikini limón anaranjado de junio del 98 me volvió loco. Acidez dulcificada Espero que las pipas que comías a partir de las seis se hayan acumulado en tu cadera o en tu culo.
Después me gusta olerla, aspirar un aroma amargo pero atractivo, algo afrutado. Inspiro y expiro tres o cuatro veces, no más. Los olores importantes sólo necesitan tres o cuatro bocanadas para recordarlos siete vidas. Gato blanco. El olfato es el sentido más romántico. Ver ve cualquier, mirar sólo unos pocos y oler un puñado de elegidos. Porque para oler se cierran los ojos, la vista se aparta a un costado y cede su espacio a la nariz. Ana o Marina, tú utilizabas Nenuco de día, Rochas al atardecer y Rochas (unas gotas más) de noche. Tu peste en los amaneceres la saben otros. Más de uno, y de dos. Puta.
La naranja sabe ácida y, a la vez, dulce; en ocasiones amarga. Miscelánea de sabores. Te probé una vez y no quiero morderte nunca más. Jamás. Penitencia vitalicia. Aquello fue la experiencia más excitante de mi vida, una vivencia casi erótica, casi sexo sin protección.Unos minutos de desliz que me han acompañado 23 años 345 días y unas horas, no me acuerdo de cuántas. Isabel o Ángela (o quizá Ana) tu boca sabe a naranja o eso dicen que decían los rumores. Aquel vodka combinado decoloró tus labios rojos en un rosa desagradable. Pero sacaste lengua (no a mí sino a otro) y aquel Kas insolente tiñó tu boca. Boca en ámbar. Aquella madrugada no volviste a casa sola.
En tu corazón escucho un jugo. Onomatopeyas: glup, glup, glup. Como una esponja densa, árida por fuera pero viscosa por dentro. La acerco a mi oído, no a mi oreja. La escucho. Me susurra más onomatopeyas: glup, glup, glup y sufro escalofríos. La cáscara helada en un corazón de gelatinoso, casi líquido. La naranja no habla sino que cuchichea pero tú no, tú no. No, demadiados noes. Demasiados sentidos opuestos. Ni gusto, ni tacto, ni oído, ni olfato, ni tacto.
Naranja no te quiero y quiero olvidarte.

lunes, 28 de enero de 2013

Julietta y Romeo



He escuchado Julietta & Romeo pero subtitulado. Poco más de cinco minutos con los que he conjugado verbos en tiempo pasado, sólo pretéritos perfectos y simples. Juliette and Romeo han tintado mi mente y la han empujado al frío oscuro casi negro. Viajemos o mejor retrocedamos. Bienvenido o Wellcome a la Estación de los silencios donde el idioma es mudo y universal.
Bajo del tren, del avión, de la diligencia y ando pero no camino. Quizá ando sin sentido, en círculos. Estoy seguro, ando en círculos y apesto a melancolía (malditos gerundios). Volver duele. Mucho. Allí, ahora, es aquí y, aquí las brújulas no existen; el norte es el norte pero aquí el norte es el sur. 180 grados de diferencias irreconciliables. Polos similares que se escupen con sólo mirarse. Con Julietta & Romeo de los Killers no me he ido sino que me he marchado. Siempre es mejor ir que marchar pero yo he decido marchar. Siete letras de rodeos a dos: hasta en los verbos lo he vuelto a complicar todo. 
Aquí las sombras conviven con las sombras, todos nos creemos los putos amos que decía Pep y sólo somos indigentes cubiertos por cartones de nostalgias. Simples trileros. Yo me acurruco (precioso verbo) frente a un reloj parado, pongo un sofá cheslón cual malote de barrio y bebo grises oscuros casi negros. A mi lado un puñado de malos me imitan o yo les imito a ellos, no tengo muy claro quién copia a quién. Me flagelo entre colillas, babas, cáscaras de plátano, corazones de manzana y serpientes venenosas. No me interesa encontrar salidas. No lloro. Miro. Bebo. Como frutas prohibidas. Tú estás muerta y aunque estás muerta esperaré (Más Birras, Mauricio dixit).