martes, 25 de octubre de 2011

Cosas perdidas una noche de finales de octubre


Son poco más de las once y media, la televisión escupe estupideces y la radio preocupaciones. Hablaba Antonio Gala de su pánico al folio en blanco; qué razón tenía, sólo he escrito dos líneas y parecen dos eternidades.

Esta noche mis dedos no teclean historias, quizá porque mi cabeza está descansando después de tanto ajetreo entre curas, malos tratos y demás tristezas paridas en las últimas semanas.

Doy vueltas en los rincones de la tremenda canción de los Más Birras Tren de medianoche. Una pluma comprada en el Barrio de Casablanca la escribió en 1987 y hace sólo un tiempo llegaba a mis oídos. La velocidad de las historias impactantes es mucho más lenta que cualquier tontería salida de la boca de algún mediocre, porque antes ha salido de la cabeza de otra persona. Eso sí, cuando llegan frases como la de los Más Birras las consecuencias son impredecibles.

“Viejo blues del amor perdido
ecos del aliento de su voz.
Me dicen: "ella está muerta"
pero aunque ella esté muerta esperaré”.

Una historia cargada del sentimiento más puro y de un dolor desgarrador. De algo maravilloso ocurrido algún día que jamás volverá porque ella, su amor, murió en alguna esquina mugrienta del olvido. Y desesperadamente esperaré.

No entiendo a las personas que no les gusta escribir, de verdad, dicen que escriben mal y que no se les ocurre nada. Mienten ¡Sois unos cobardes! Porque no existen historias ni frases buenas o malas; las frases gustan o no gustan; eso de mejor o peor es una estupidez. Hay libros que a Carlos Puértolas le parecen bazofia pero a otras personas les marcan para toda la vida. Gabriel García Márquez necesito, al menos, cien años de soledad para tragarme ese tostón.

Me dicen que sólo escribo dramas, amores y párrafos demasiado sentimentales; explicaré el porqué una vez más. Escucha Isa, la tristeza, aunque suene a chorrada, nace de manera más sencilla y brillante que las historias felices. Invito a que cualquiera se coloque delante de un documento word en blanco impoluto y pruebe; y se acordará de Antonio Gala.

La felicidad es demasiado complicada para que este teclado prestado (gracias pseudo cuñada) la refleje con un puñado palabras coherentes. Prometo que lo he intentado; prometo que todo lo salido no vale la pena y prometo que seguiré en busca de esa bonita historia con final feliz. Qué aburrido.

No entiendo a las personas que no les gusta la música. Mi paisano Bunbury prefiere bailar charleston donde conviene estar parado pero días antes nada podía ir peor y esperó que soplara el viento a favor. Este juego de palabras estúpido refleja que la música saborea todas las sensaciones que una persona puede llegar a percibir. La música, como la vida, es una tremenda montaña rusa de experiencias y cada uno debe escuchar (que no oír) todo lo que pueda. Lo que pueda porque en ocasiones uno escupiría cualquier nota de charleston y meses después ese charleston tapa cualquier viento en contra. Vaya estupidez.

Una persona inteligente de verdad me escribió una noche un sms: “El viento va a favor” (gracias profe de todo) y desde entonces la veleta ha dado mil vueltas. Para cada uno de esos 360 grados siempre ha existido una letra de un genio que se me había adelantado.

Por una vez, no busco un final coherente para esta historia. Como en la vida, la coherencia no tiene sitio en poco más de folio y medio. Nunca hay final es verdad es verdad; lo dice Santi Balmes después de darse Un paseo por el parque. Los finales son complicadísimos. Al comenzar a escribir, cuando el word está inmaculado debes saber dónde estás y adónde quieres llegar. Después, como en la vida, esa historia caminará por lugares que jamás tu mente ha imaginado. Decenas de historias están en la carpeta de mi ordenador abandonadas por no saber, desde el principio, la dirección hacia donde pretendía dirigir mis palabras.

Hay mucho tonto y mucha tonta por ahí y mucho mentiroso. Pero a esos lo mejor es ignorarles.

Y acabo diciendo que si pudiera congelar el tiempo y volverme cenizas y deshacerme cuando sople el viento que nadie sabe donde habita. Gracias Eva te estoy escuchando y gracias a ti he comprendido que hoy no es el principio del final. Creo que todavía nos queda mucho por delante.

P.D. Antonio Gala, esos miedos que tienes no son para tanto.