domingo, 24 de noviembre de 2019

Vivir es fácil con los ojos cerrados


            Vivir es fácil con los ojos cerrados. Sin duda. Lo cuenta un forajido acobardado. Los sella tan fuerte, que hasta le duelen. En ese momento, en ese instante, dice ver luz. Blanca, fascinante, resplandeciente y, sobre todo, cegadora. El pollo no quiere saber que esa lámpara maravillosa es sencillamente el decorado ridículo de un mundo imaginario. Se inventa una pareja, unos amigos y una familia dulces e ideales y ya no le apetece abrir los ojos nunca más.
         En la calle todos están enfadados. El pueblo habla y vota con las vísceras. Escupe el bofe desde las entrañas porque ha leído poco y le han mentido demasiado. La culpa la tenemos todos. Lo conté una vez: hay pollitos vestidos con banderas que no han leído ni la lista de la compra, ni el guasap de un amado triste, ni la Ordesa de Vilas. Ellos y ellas son machos y machas de verga agigantada, maleducados y maleducadas por un sistema ridículo que sólo les enseña a dividir y jamás a multiplicar. Desgastan las yemas de sus dedos en redes llenas de falacias y asumen como verdad empírica e irrefutable las coronas catalanoaragonesas y la rancia españolía que tan de moda se puso la noche del 10. Lo de vocalizar la palabra deliciosa de Lorca, de Unamuno o de Manuel Vilas es de imbéciles, piensan.
Hemos fracasado y la mejor literatura nace de esa frustración. Y en esas estamos, con un futuro complejo en el que mandarán miles de nombres sugestionados por discursos y mantras escritos por los nietos del abuelo. Es el momento de despertar y de abrir los ojos, encender el ordenador, abrir un documento word virgen y denunciar que esta basura extrema que nos venden no es nueva. Que hubo un tiempo no muy lejano en el que los sabios se mataron. Y los largones y voceros vieron la sangre desde la trinchera cogidos de la manita.
Este mundo es así. Desde mi ventana los plataneros se destiñen en un amarillo casi marrón. Hace demasiado calor. Los mejores Stradivarius se fabricaron durante la Pequeña Edad de hielo. Las bajas temperaturas provocaron que la madera creciera despacio pero con una densidad feroz. El sonido que mana de aquellos instrumentos del siglo XVII no se repetirá nunca jamás. Ahora, desgraciadamente, todo hierve.

lunes, 7 de octubre de 2019

La muerte


La muerte es tremendamente comunista, quizá porque es la única que nos considera a todos por igual. No conoce de clases, títulos ni cobres. La muerte es un instante, un momento. Los órganos vitales dejan de funcionar y el corazón se detiene. Y punto (y a parte o final, eso a elección propia e intransferible). Le importa muy poco si vistes traje de seda, capa y calzoncillos rojos o una camiseta harapienta. Si sudas vino tinto o miserias. Muere todo y morimos todos. Y menos mal porque aguantar un aliento indeseable, un amor, un trozo de carne entre dos muelas, Chernobyl, Juego de Tronos o Sálvame durante toda la eternidad resultaría agotador.
Hasta esa muerte, el señor calvo con sonrisa tejida a navaja nos permite ver media realidad y envolver la otra mitad en mil falacias, mentiras, trampas y trofeos de cartón piedra. Y gritos, muchos gritos. Maldita sea. Los malos son malos y se hacen fuertes vociferando y apoyándose en el gentío que prefiere admirar palabras vacías pero sonoras antes que preguntarse cómo y por qué necesita primero un sujeto, luego un verbo y finalmente un predicado. Jamás conocí a un líder gritón. Mediocres muchos, creo que demasiados.
Los buenos hablan bajito pero fuerte. Cuando los malísimos se asoman al balcón, él se coloca delante y con su escudo de súper héroe protege a sus pollitos de los poderes fríos, oscuros y siniestros. Luego, cuando esos malísimos se dan por vencidos coge a la manada, la despluma y le enseña cómo evitar que esos miserables lleguen ni siquiera al corral.
Los corrales han cambiado y pienso que a peor. Ahora las manadas de adolescentes no caminan en cuadrilla, liderados por un par de guapos y sus respectivos aplaudidores. No. Ahora ese grupo se ha roto en mil letras inconexas, repletas de faltas de ortografía. Sí, hablemos del guasap, ese programa infernal que acobarda a la plebe y la empobrece hasta límites jamás conocidos. Antes los buenos le echaban testiculina e invitaban a su amada a bailar, incluso algún osado le pedía rollo. Ahora no. Ahora le susurra a través letritas, le manda cuatro fotos íntimas y tras un polvo sudoroso y mudo, se escuchan por primera vez la voz. Lejos quedan los tiempos de nervios durante las llamadas a deshoras para que no coja el teléfono un padre de voz profunda y lejos quedan las mil mentiras cuchicheadas con la puerta cerrada. Por morir, mueren hasta las cabinas de teléfono. Quedan cuatro y, después de ser indultadas este verano, ahora piensan dictaminar una pena capital. A mí me duele, a los románticos también, pero quien atraviesa una depresión pantagruélica es Supermán. No tendrá lugar donde cambiarse de ropa y salvarnos de la muerte comunista a manos del malvado calvo Lex Luthor.

martes, 29 de enero de 2019

Verdades a la cara

     


         Un tipo imbécil presumía hace unos cuantos domingos de decir todo aquello que pensaba a la cara del prójimo. De no guardarse nada en su cabecita loca repleta de mediocridades y faltas de ortografía. Aquella noche de gritos, el muchacho había vomitado una sandez a su enemiga ocasional y se parapetaba orgulloso bajo ese mantra ridículo: que la bobería la había dicho en su jeto.
         Querido tonto, si todos soltásemos al vecino lo que pensamos cuando riega sus plantas y, por casualidad o sin ella, salpicara nuestras sábanas recién tendidas, jamás podríamos pedirle ni una pizca de sal, ni siquiera saludarle en ese ratito de ascensor. A la cara se dice lo importante y no de cualquier manera. Berrearle malnacido y vil a quien, según nuestra nariz, nos ha hecho una trastada, es demasiado simple. Las cosas serias se dicen con voz bajita y firme, con el rictus serio, sin titubeos ni ruido alrededor.
         Y peor es el tuitero impertinente. El maestro Segurola tildó la red de barra de borrachos. Yo elevo la apuesta: Twitter es un lugar en el que la mierda se acumula en cada rincón bajo nombres falsos, cotillas, largones y acomplejados. Al tonto le conocían en su casa y poco porque, cuando alzaba un poquito el hocico, la voz matriarcal le mandaba al corral castigado. Ahora 270 caracteres y un ADSL le han dado publicidad. Miente parapetado en un fake name y duerme. Miente y come. Miente y vuelve a dormir, sin arrepentimientos ni cargos de conciencia. En este bar de brujas y tramposos, las olivas maceran en aceite pasado, las servilletas grasientas son pisoteadas por tacones gruesos y las cucarachas devoran los verbos mal conjugados. Buen provecho.  
La virtud es saber cuándo callar y cuándo hablar. Cuando escribir y cuando rectificar, con el nombre por delante. La vileza, mentir. Y quien lo niegue, miente.