viernes, 4 de marzo de 2022

Modelo de manos

Los modelos de manos no necesitamos sonreír para ser bellos. Nos cuidamos las yemas y limamos las uñas de forma primorosa. Las lucimos y si nos apetece, las hacemos bailar. Critican, apuntan, señalan y aciertan. También se equivocan, pero menos. Mis manos felices seguro, besan bien. 

Pero un día llegó el invierno. El frío. Los días cortos y las noches sin luna. Los inútiles barritaron muy fuerte, y los modelos de manos, reconozco que cobardones, nos parapetamos bajo unos guantes gruesos. Esa trinchera lanuda evitaba que cualquier bocado de casquería nos ensuciara la piel. La vida resultó cómoda.

Desde allí vimos a truhanes y nos callamos. A tramposos, trileros y versos sueltos, y volvimos a callar. Todavía recuerdo la historia de un sesentón curioso. Cada jueves pasado el mediodía, entra en una pensión de sábanas blancas y conciencias tibias, junto a dos muchachotes de barbita fina. Luego, sonriente, vuelve a su hogar feliz con esposa, hijos, jardín y perrito.

Le vi una o mil veces, no recuerdo bien. Sí que callé en todas. En otro tiempo quizá le hubiera abofeteado con la palma abierta o apuntado con el dedo índice o acariciado la barbilla con mimo, pero callé. Con las manos en los bolsillos se vive estupendamente. 

Ocurrió con aquel bigotudo y con más. Con un bicho casi eterno, la invasión de un tirano, mil gobernadores del lejano oriente y del pueblecito de al lado o la basura del vecino sacada antes de las ocho. Callé y callamos ante cada tropelía porque a todos nos gusta dormir prontito aunque para conciliar el sueño, bajemos la persiana. 

Pero cuando más calentito estaba en mi atalaya, la vida me ha invitado a tomar un café. Negro. Denso. Aromático. Duro.

Algunos alzaron la tacita con un anillo en París, otros durante una cena frugal y unos pocos sobre el colchón correcto. A mí me lo han servido en un paritorio. Pesa seis kilos, se llama Jon y jamás pienso volver a vestir guantes.