miércoles, 28 de septiembre de 2016

La gamba Pedro



            La gamba mantis es un crustáceo con una coraza que propina golpes comparables a los de un balazo. Mide diez centímetros y habita en aguas tropicales. Para sobrevivir mueve su columna con una velocidad superior a la de un disparo del calibre 22 y resiste el mordisco de los depredadores dentudos.
         En la calle Ferraz un tipo guapo, alto, sonriente y con un pelo desteñido en claroscuros ha superado a la gamba. De hecho estoy seguro de que hoy es capaz de perforarla como un rico queso gruyere. A Pedro le han disparado cañonazos, algunos tan débiles como un balín de ferias y otros del tamaño de un viejo misil Scut del pérfido Sadam Hussein, pero con acento andaluz y catorce años de presidencia del gobierno. Los ha resistido, unos y otros, y ahí sigue, impertérrito a la rebelión de sus pollitos.
Hoy se ha superado. Tras perder dos elecciones generales con los peores resultados de la historia reciente del partido, además del peso en comunidades donde un día se gobernó en clave socialista, diecisiete lagartos de su ejecutiva han dimitido con la intención de forzar su salida. Una especie de golpe de Estado de garrafón en la casa donde falleció Pablo Iglesias (el de verdad). Él no se da por aludido y resiste, ante todo y todos. Ha cambiado las cerraduras (una vez más) y se ha atrincherado en su cómodo sillón de piel oscura del despacho principal para hacer crucigramas, sudokus y, quizá, jugar al ahorcado con el ínclito Luena. Cenarán e intentarán dormir. Quizá lleven razón. Apelan a su interpretación particular del reglamento democrático socialista, otras veces tan vanagloriado por los pelotas y voceros, para aferrarse a un cargo ganado a golpe de voto militante.
         Se les llena la boca a los plumillas de baja estofa y a los politiquillos sin don de la necesidad de imponer la democracia interna en los estatutos de los partidos políticos. Hasta que les conviene. Hasta que ven como el soldado Sánchez languidece en el subsuelo electoral gracias a sus torpezas, su verbo vacío y lo que es peor: las enormes grietas en los cimientos del viejo edificio de Ferraz. Pedro se desangra y le desangran ayudado por fuego amigo y también por una coleta morada. Es momento de tomar decisiones radicales; "Cortar y cerrar" que diría aquel; porque, por ejemplo Pablo Iglesias (el otro) nació para comerse el espacio socialdemócrata donde tan cómodamente ha bienvivido el personal de la rosa y el puño. Ese tiempo se acabó.
         Pedro da pasos hacia adelante, quizá porque no tiene otra opción. Solo, con una interpretación particular de los estatutos, resiste tiros a diestro y siniestro sin más resultado que la autodestrucción de su bella figura y de sus siglas. A Pedro “El enrocado” le quedan muy pocos amigos y ninguna manta caliente que le cubra. Pedro tiene frío. Es lo que dicen quienes han estado a las puertas de la muerte.
         Los rebeldes con causa acusan ahora a Luena y a Sánchez de hacer una interpretación torticera de las normas; de mentir vaya. Un día lamieron el calcetín brillante de este economista y hoy, cuatro tormentas electorales después, lo quieren sacrificar y apuntan a la necesidad de tomar decisiones antes de la hecatombe. Quieren una catarsis en Ferraz y descabezar a esta ejecutiva que sólo sabe perder. Eso sí, de la responsabilidad de Pradas y la cuadrilla ni hablamos. No son capaces de marcharse con su Moisés para que otros cuelguen la pana en el fondo del armario y renueven, de verdad, un argumentario de 137 años historia.
         Algo similar sufrió Julio César cuando su amado Bruto le clavó el cuchillo en la espalda. César murió pero Pedro, de momento, no. Pedro tiene esa coraza y esa cola de la gamba mantis para resistir la puñalada de cada uno de sus muchachos.

martes, 24 de mayo de 2016

Carta amor

Darling M.;
Hoy le he dado unas cuantas vueltas de más al desayuno. Otra vez. He garabateado bocetos con los restos de café que respiraban por última vez antes de diluirse en el fondo gris oscuro casi negro. Corazones ceniza sobre fondo blanco en taza azul, lo titularía algún moderno con paleta y pincel. Miscelánea de colores primarios sin rosa ni dulce.
Te has marchado sin despedirte. Ni hasta luego, ni adiós, ni una palabra; ni siquiera una notita, con tu letra redondilla, sujeta por los imanes del viaje a París dando un por qué de tu huída. Yo sí te he gritado; la última vez anoche y solo. Aquel sonido del demonio rebotó tantas veces en los tabiques vacíos del salón que se hizo insoportable.
La televisión ha rellenado el vacío de tus conversaciones. Buscaba ruido y lo he encontrado tras cinco roces de mi dedo pulgar con el mando a distancia. En un programa de cotillas y mirones una muchacha se lavaba cuidadosamente los dientes; la rubia de ojos claros y orejas de soplillo lucía un escote censurable mientras discutía airadamente con su presunto amante ocasional. Tras descubrir un prominente lunar encima del pezón derecho he apretado el botón por sexta vez. En otros tiempos te hubiera tocado pero hoy no. Los desnudos aislados de deseo sexual tienen el mismo efecto en mi lívido que la piel verdosa sobre el forense que rebusca con mimo las razones de tu hasta luego.
Sobre el respaldo de la sillita del dormitorio continúan tu albornoz y las pantuflas, y en tu cajoncito la caja de preservativos que jamás estrenamos. Imagino que en tu apartamento con el muchacho de la barbita, los rizos y la batita blanca que tan poca gracia te hacía tampoco los necesitaste. Llámame y pasas a recogerlo todo, o te lo llevo donde quieras y, de paso, hablamos. Hablamos de él, del resto y ponemos punto y final al punto y coma que colocaste en nuestra historia para aclarar tu cabecita loca. Cuando me lo dijiste no entendí nada hasta que lo supe todo.
¿Qué hago con tu ordenador portátil? El virus ha infectado nuestras últimas conversaciones en Facebook. “A la mierda los románticos de la tinta china y el papel blanco”, decías. “Aquí escribo y borro lo que quiero y comienzo historias nuevas con el único pago de un click”. Onomatopeyas tan poderosas como crueles. En la carpeta 2015.doc fui protagonista principal de los relatos con final feliz, después un secundario respondón y elegante y ahora un triste figurante con gabardina sobre mis hombros y una maleta con ruedas para emigrar en lo irrelevante de un capítulo insípido; uno más en el atrezo de una novelita ligera con un epílogo que ya sé.
Lo sé. Darling, tú has muerto y aunque hayas muerto te esperaré.
#Siempre
P.

jueves, 21 de enero de 2016

El Españolito

         El mercadeo es humano. Desde los siglos de los siglos el señorito (da igual su pasaporte) vende al señorito lo que desea; y sus caudales y joyas fluyen por doquier en una nube de trueques y ventas por encima y por debajo del tapete. Hasta ahí todo normal (o no).
Pero el españolito (que no el español) ha dado un paso más en esto del trapicheo. Escucho que en el escándalo Acuamed las constructoras costearon a cambio de favores y licitaciones una implantación de pelo para el mandamás contratante. Desde entonces Fulano de Tal luce una tupida cabellera a coste cero para sus arcas, millones para el erario público e infinito para la desvergüenza ciudadana. Pero a Fulano le da igual; cada mañana atusa su pelo con mimo sin más preocupación que el champú revitalizante y las titis que puede enamorar con su nuevo peinado.
Anteayer una panda de tramposos con corbata pagaron masajes filipinos, tangas de hilo, batas, comilonas, suites, jacuzzis con espuma, borracheras de marca y putas con una Tarjeta Black pagada por un Gran Hermano que nadie conocía sin impuesto alguno. Economistas de relevancia, sindicalistas, ex ministros Ratos, banqueros de alta gama y demás ocultaron sus ojitos entre las tetas de las prostitutas para no saber quién era el mecenas de aquellos lujosos lupanares ni el pagador de sus tributos y gravámenes. Asco.
Y si no parpadeamos volvemos a ver al hampa Pujol con su libretita de cuadros en la que apuntaba mordidas de muchos ceros con billete a Andorra a cambio de concesiones; a un parlanchín de pelo rizado canoso y gafas que daba lecciones en televisión mientras mordisqueaba el fruto de la Púnica Granatum en la Comunidad de Madrid; a un Monedero que se salvó sobre la bocina vía declaración complementaria con hedor a café venezolano; al trinque andaluz, quienes entre rebujito y pescaíto se llevaban el dinero de los cursos de formación a parados. No me olvido del Albondiguilla y la reforma de una sede en Génova estucada con pintura blanca y fondos negros, de la Gürtel, cinturón si traducimos esa palabreja del alemán (Señor Correa, por si no se ha enterado); y así una lista infinita de robos y escarnios a la pecera de todos con un elemento común: el esperpento añadido al robo.
Cada escándalo que resuena en nuestras imprentas guarda en su partitura una banda sonora Berlanguiana que nos hace diferentes. El folclórico nacional no sólo roba sino que, además, saca su miembro viril y orina en nuestras calaveras sin pudor demostrando que hace lo que quiere, cuando quiere y porque le da la gana. La casta que decía aquel no entiende ni de colores ni de siglas sino de una cultura tan arraigada que en cualquier rincón a izquierda y derecha sale un listillo maestro del milagro de los panes y los peces.
Queridos, estamos en un país que ha ovacionado la silueta tripona de Jesús Gil a lomos de Imperioso y ha besado el anillo a mangantes y rufianes con verbo irregular y nula ética. No aprendemos. El trinque es un mal endémico en el humano de cualquier país pero que encima se ría en nuestra cara es denominación de origen españolito.

   Del mercadeo de escaños y sillones en el Congreso hablamos otro día. 

martes, 12 de enero de 2016

El entierro del salmón

            Las peras me encantaban. Suaves y jugosas; algunas carnosas, otras dulces o secas pero todas nutritivas y sabrosas. Compré kilos y kilos de peras, también de las pequeñas y riquísimas sanjuaneras que, tímidas ellas, sólo se asoman al calorcito de junio y julio. Una pera, dos y tres. Y hasta mil. Las engullí con la voracidad de un ogro glotón. Después aflojé mi cinturón para que todas disfrutasen de su parcelita cómoda en la amplitud del estómago. Un día, creo que de abril, me harté. Nunca más comí peras. Ahora, a parte, de Apple (¡jaja!) no tengo más relación con la fruta que una testimonial conversación de ascensor en la macedonia del día de Navidad.
         Luego devoré gulas. Angulas de trilero que cualquier jovenzuelo recién emancipado utiliza para anestesiar su conciencia cuando redescubre entre la basura las cajas de cartón grasientas y translúcidas de una cena previa a un botellón verbenero. Las gulas las mezclé con huevo, en ensalada y con jamón; con beicon, olivas, gambas y una picadita de ajo frito. Incluso crudas. Su polivalencia me entusiasmaba. Me volví loco; loco de atar por esta pasta con cresta teñida. Las mastiqué y paladeé a diario; mañana, tarde y noche. Incluso alguna madrugada de invierno sirvió de esponja sobre el penúltimo brebaje que había ensuciado mi lengua. Una o un millón, la gula es uno de esos bocados por los que hubiera hincado rodilla, mentón arriba, pecho inspirado y alianza en la mano. Pero también me hastiaron.
         Y luego llegó el salmón. Mi querido salmón al que tanto he citado en este blog. Rosáceo y nutritivo, algo grasiento pero muy energético me conquistó por su sinceridad. Nunca engañó con sus espinas. Eran grandes y visibles ante cualquier miope sin vidrios. El salmón era un pez sincero, de los que va de cara. Lo suficientemente sabroso para no necesitar cuatro cucharadas de salsa tramposa y lo suficientemente dócil para admitir, a su lado, una rica tártara sin malas caras ni enfados. A juicio del comensal. Pero querido salmón, ha llegado la hora de tu entierro.
Te amortajo con unas gotas de limón exprimido y una cebollita pochada a modo de plañidera. Eres un sucio cobarde que ha vuelto el pescuezo cuando el agua ha empezado a enfriarse. Después te has dado la vuelta, hacia atrás, río arriba, a revivir lo bueno y lo malo en lugar de discurrir en meandros repletas de anzuelos con gancho picudo y ricas gambitas sin gabardina.  
Acepto e incluso aconsejo mirar atrás, cuantas veces sea necesario, pero con los pies quietos. Las huellas ya marcadas en el parqué de algún apartamento que ofreció ricos desayunos deben quedarse ahí, como las de Armstrong y Aldrin en la luna, por los siglos de los siglos y amén.
Eso sí, aconsejo llevar en el bolsillo una libreta y un bolígrafo hasta las trancas de tinta china con el que anotar lo importante. Cualquier consulta o duda que surja unos kilómetros más adelante la resolveré con mis ojos y mi memoria, sin girar los pies. Lo apunto y no olvido. Todo. Todo.

Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. No lo digo yo, lo dice un poeta: Joaquín Sabina.