miércoles, 2 de septiembre de 2015

De profesión, debatidor

Fui elegido Delegado (con mayúscula) en 3º de EGB tras un pucherazo infame de mi querida Marilé (DEP). En 4º EGB, mayoría absoluta. El cargo me desgastó, necesitaba nuevos retos y en 5º me presenté a bibliotecario; por supuesto gané. Sólo un año más tarde el pueblo me pidió que volviese y por aclamación retorné al cargo. Perdí las elecciones de séptimo. Más. Me votaron para ser parte del Consejo de Curso de la FCOM y, después, Decano del Colegio Mayor Larraona (68-14, otra mayoría absoluta). 
         Creo que con este currículo estoy acreditado para hablar de discurso comunicativo y verbo público más que casi todos.
         La industrial televisiva está a dieta severa y hay nada más bajo en calorías que colocar cuatro o seis sillas en la que se sienten cuatro o seis charlatanes/as. La telefórmula de la hambruna que diría aquel. La charlatanería no entiende de sexos sino de verbos low cost. Un poquito de maquillaje, un vestido de rayas, un carmín rojo y a jugar. Apoyan sus orondos culos, afilan sus lenguas en un plató luminoso y opinan. Sí opinan.
Hacia la una menos cuarto de hoy y en adelante he escuchado a un neo illuminati hablar de Pujol, del drama de la inmigración, de leyes y proyectos de ley, y de educación. Y de fútbol, también de fútbol. Todo en menos de una hora. Su verborrea catedralicia sólo parecía comparable a la de Fray Luis de León ante a un alumnado ávido de un nuevo alfabeto: "Como decíamos ayer...". No ha dudado ni una vocal, nada; quizá seis o siete caídas de pestañas a la velocidad de un Sputnik pero nada más. Me he asustado y después he aplaudido. Aplauso sonoro y cerrado, del bueno. Faena de dos orejas y rabo. 
Curioso como pretendo ser, ojiplático y pelopúntico, he rascado con mis cortas uñas en uno de sus sermones durante un puñado de minutos acompañado de San Google. Loco de mí, he encontrado el argumentario de este párvulo avanzado, eso sí extraordinariamente bien orado. Nada más. Punto.
Si de lo que yo sé un poquito, Fray Luis miente como un bellaco, de lo que desconozco ¡qué sé yo! Maldito trilero. Como decía aquel, el problema no es que me haya mentido una vez sino que jamás le podré volver a creer.
Habitamos en un universo supra informado de titulares repletos de faltas de ortografía, testimonios tergiversados y voces agudas que no saben combinar más de diez palabras en clave de La sin acudir a la de Sol para imponer su mentira al prójimo. Amontonan loas con propina de papel en la bandeja previa, o insultos si del bolsillo sólo han salido cobres.
La mentira o la verdad supone un puro atrezzo entre una prosa barata vociferada por encima del micrófono vecino. Trafican con argumentos de cartón piedra y bienviven un póker de añitos con su maravilloso continente y nulo contenido. Más adelante, como el mal daltónico valorarán si lo azul sigue siendo lo mejor o ahora la excelencia se pinta en rojo. Las urnas dirán.
Parlotear parece sencillo, tanto que hasta este sujeto cejudo de corbata en tonos marengo sabe hacerlo y muy bien; pero argumentar… ¡Ay! Argumentar es demasiado complicado para su lengua mediocre.  

Y ahora me callo, que empieza Sálvame.