jueves, 25 de agosto de 2011

Qué noche la del aquel día: las cuatro

Las cuatro

Las cuatro y como todas las cuatro de todas las noches después de pisotear mi dignidad has comenzado a rogar perdón.

- No sé qué me ha pasado, perdóname, no me volverá a ocurrir. Ya sabes que pierdo la cabeza pero yo te quiero, a ti y a la niña os adoro y no dejaría que nadie os hiciese nada.

Yo en esos momentos sólo sé temblar más y más fuerte. El teléfono continúa agarrotado sobre la mesilla, pero yo estoy un poco más lejos.

- Por favor perdóname. Ya sabes que estoy pasando un mal momento, mi vida es muy complicada fuera de aquí. Yo peleo cada día por traer un sueldo a casa con el que comáis. Sabes que te quiero. Te juro que acudiré a un psicólogo que nos ayude a ti y a mi a superar esto, porque esto es cosa de los dos.

Yo no contesto. Creo que tienes una pizca de razón. Quizá yo no te he apoyado lo suficiente en los momentos complicados, pero eso tampoco justifica la nube de bofetadas que ha encapotado mi cuerpo. La niña te necesita, necesita a su padre y tú la necesitas a ella para salir de esa vorágine confusa en la que te mueves; me necesitas a tu lado.

No. No. No. No. Y no. No te quiero perdonar. Aprieto mis puños con toda mi alma para impedir que mi corazón se resquebraje.

- No podrás, hijo de puta, no podrás-. Grita mi voz pero no mi alma.

- Por la niña, piensa en la niña.

No me hables de la cría. Te lo ruego, no hables de la niña porque ella no se merece esta senda en la que se arrastra desde que nació. Lucía acumula todas las gotas de buenos momentos que hemos vivido. Asumo que si tú continúas con nosotras ella va a ser más feliz.

- Ha sido el error más grave de mi vida porque os quiero a las dos. ¡Os quiero ostia!

Tus súplicas y la niña están cicatrizando mis heridas porque no te había escuchado decir eso jamás. O sí.

jueves, 4 de agosto de 2011

Qué noche la del aquel día: las dos y media


Son las 2 y media. Lucía ya se esconde bajo el edredón de su cama aunque sé que para que concilie el sueño deberán pasar un puñado de minutos más. Mis labios han dejado de sangrar y dos costras sirven como estanque.

La oveja en la que se ha convertido la bestia está apoyado al otro lado de la puerta pero he colocado el tocador delante para que no pueda abrirla ni un solo centímetro. Se han caído todas las fotos y todas los adornos de falsa plata que un día nos regalaron para que barnizásemos esta oscuridad con un poco de falsa felicidad. Me da igual. Tan solo recojo la foto de Lucía que la aprieto contra mi pecho con todas mis fuerzas, sólo por ella debería estar agradecida de ti toda mi vida. Me duelen más sus gritos que tus golpes. Está desesperada porque necesitaba ver a su madre dar un paso hacia delante.. Ella fue fruto de un amor que se marchitó con el paso de los días, quizá de los meses, pero no de los años, porque nuestro primer aniversario resultó el peor día de toda mi vida.

Aquel día llegaste tarde. Yo había preparado una cena de ensueño con velas, la vajilla de mi madre y el mejor salmón de todo el mercado. Había comprado jamón del bueno y ese vino que tanto te gustaba. En el postre venía lo mejor porque nuestros cuerpos iban a dar su primer fruto en sólo nueve meses y quería celebrarlo haciéndote le amor; pero ni siquiera pude servir el aperitivo. Aquel día escribió la primera cita de una eterna lista de días desesperantes. Abriste la puerta, yo me había comprado un vestido nuevo, pero no me miraste. Fue la primera vez que no olías al perfume que acompañaba tu cuello cuando eras adolescente. No entendí nada, no vocalizabas nada coherente y te recriminé que vinieras así.

- Por favor Martín siéntate y descansa, ¿Qué ha pasado?

- ¡Cállate puta! Maldita, zorra buscona y habladora.

- Pero ¿por qué me dices eso?- Te dije con mis ojos a punto de estallar. Y entonces tu mano me dio la primera bofetada de toda mi vida. La primera de mil.

Luego averigüé y, no porque tú me lo contaras, que se rumoreaba algo sobre una aventura entre tu amigo Dani y yo. Pero en lugar de preguntármelo a mí decidiste creer a cuatro correveidiles y alcahuetes de ese bar del infierno debajo de esta casa. Jamás he vuelto a abrir su cortinilla, tú sin embargo sabes quién se ha limpiado con cada una de las servilletas grasientas que se arrastran por el suelo desde la hora del desayuno. Te juré por la niña que aquello fue anterior a conocerte. Y juro por mi hija que ojalá en estos momentos estuviera al lado de Daniel. (CONTINUARÁ...)

lunes, 1 de agosto de 2011

Qué noche la del aquel día


1:00

Las agujas de mi reloj marcan la una. Tan solo un tenue hilo de luz susurra por los pequeños huecos de la ventana, aunque yo estoy acurrucada con las manos en mi rostro en el lado más oscuro. Porque no quiero enfrentarme a la realidad que marcan las bombillas de mi mesilla y el espejo del tocador.

Paso la mano por mis labios y noto que vuelven a estar cuarteados. La sangre brota como esos arroyos que veíamos nacer hace demasiado tiempo en nuestros queridos Pirineos. Y mis ojos azules se destiñen hacia el morado más intenso.

Te oigo llorar como un perro cuando hace solo unos minutos has rasgado mi dignidad con la fuerza de un oso. Ahora sólo nos separa una puerta pero esa madera significan mil mundos entre tú y yo.

Nuestra hija llora bajo el edredón de su cama con los cascos de su mini radio en los oídos; cada noche pretende que la barrera que le ofrece Dani Martín crezca tanto que entre ella y nosotros no exista forma de guardar ni un ápice de cariño. En febrero cumplirá 8 años. La hemos obligado a subir escalones más rápido de lo que marca su edad y comienza a entender que no entiende absolutamente nada. Ni por qué tú conviertes el brazo en un barra del acero más duro; ni porque yo carezco de las agallas suficientes para abandonarte de una puta vez.

No quiero recordar por qué ha comenzado todo. Una vez más, y ya van mil, has llegado borracho de esa mierda de trabajo en el taller más lúgubre de esta barriada del olvido, al fondo de la nada. Te había dejado la cena en el plato porque ya era tarde y yo había picado algo con Lucía mientras veíamos la eterna película de adolescentes que guarda como un tesoro y de la que ya recuerdo de memoria todos sus diálogos. Tú no.

Sin ni siquiera colgar tu abrigo has barritado como un elefante dónde estaba tu cena. Apestabas a ginebra rancia y me has vuelto a insultar un millón de veces. Al parecer, esta noche no te apetecía cenar solo y yo no lo había adivinado. Que pena que no comprase una bola de cristal hace 15 años cuando te conocí en aquella Nochevieja. Y no para saber tus intenciones de hoy sino para que me desvelase que mi vida aquí ardería como el infierno.

Te he contestado que no gritaras, que la niña se acababa de acostar, pero una vez más, te ha dado lo mismo. Has roto el plato con la tortilla y las dos tristes pechugas de pollo han quedado desparramadas por el suelo; pero con eso has tirado algo más que una simple cena. Por enésima vez has acabado con el cariño con el que preparo algo para ti.

Después has empezado conmigo; con mi cara y con mi cuerpo, hasta que tu mano te ha dicho basta por puro agotamiento. Te odio. (CONTINUARÁ...)