lunes, 1 de agosto de 2011

Qué noche la del aquel día


1:00

Las agujas de mi reloj marcan la una. Tan solo un tenue hilo de luz susurra por los pequeños huecos de la ventana, aunque yo estoy acurrucada con las manos en mi rostro en el lado más oscuro. Porque no quiero enfrentarme a la realidad que marcan las bombillas de mi mesilla y el espejo del tocador.

Paso la mano por mis labios y noto que vuelven a estar cuarteados. La sangre brota como esos arroyos que veíamos nacer hace demasiado tiempo en nuestros queridos Pirineos. Y mis ojos azules se destiñen hacia el morado más intenso.

Te oigo llorar como un perro cuando hace solo unos minutos has rasgado mi dignidad con la fuerza de un oso. Ahora sólo nos separa una puerta pero esa madera significan mil mundos entre tú y yo.

Nuestra hija llora bajo el edredón de su cama con los cascos de su mini radio en los oídos; cada noche pretende que la barrera que le ofrece Dani Martín crezca tanto que entre ella y nosotros no exista forma de guardar ni un ápice de cariño. En febrero cumplirá 8 años. La hemos obligado a subir escalones más rápido de lo que marca su edad y comienza a entender que no entiende absolutamente nada. Ni por qué tú conviertes el brazo en un barra del acero más duro; ni porque yo carezco de las agallas suficientes para abandonarte de una puta vez.

No quiero recordar por qué ha comenzado todo. Una vez más, y ya van mil, has llegado borracho de esa mierda de trabajo en el taller más lúgubre de esta barriada del olvido, al fondo de la nada. Te había dejado la cena en el plato porque ya era tarde y yo había picado algo con Lucía mientras veíamos la eterna película de adolescentes que guarda como un tesoro y de la que ya recuerdo de memoria todos sus diálogos. Tú no.

Sin ni siquiera colgar tu abrigo has barritado como un elefante dónde estaba tu cena. Apestabas a ginebra rancia y me has vuelto a insultar un millón de veces. Al parecer, esta noche no te apetecía cenar solo y yo no lo había adivinado. Que pena que no comprase una bola de cristal hace 15 años cuando te conocí en aquella Nochevieja. Y no para saber tus intenciones de hoy sino para que me desvelase que mi vida aquí ardería como el infierno.

Te he contestado que no gritaras, que la niña se acababa de acostar, pero una vez más, te ha dado lo mismo. Has roto el plato con la tortilla y las dos tristes pechugas de pollo han quedado desparramadas por el suelo; pero con eso has tirado algo más que una simple cena. Por enésima vez has acabado con el cariño con el que preparo algo para ti.

Después has empezado conmigo; con mi cara y con mi cuerpo, hasta que tu mano te ha dicho basta por puro agotamiento. Te odio. (CONTINUARÁ...)



No hay comentarios:

Publicar un comentario