martes, 24 de mayo de 2016

Carta amor

Darling M.;
Hoy le he dado unas cuantas vueltas de más al desayuno. Otra vez. He garabateado bocetos con los restos de café que respiraban por última vez antes de diluirse en el fondo gris oscuro casi negro. Corazones ceniza sobre fondo blanco en taza azul, lo titularía algún moderno con paleta y pincel. Miscelánea de colores primarios sin rosa ni dulce.
Te has marchado sin despedirte. Ni hasta luego, ni adiós, ni una palabra; ni siquiera una notita, con tu letra redondilla, sujeta por los imanes del viaje a París dando un por qué de tu huída. Yo sí te he gritado; la última vez anoche y solo. Aquel sonido del demonio rebotó tantas veces en los tabiques vacíos del salón que se hizo insoportable.
La televisión ha rellenado el vacío de tus conversaciones. Buscaba ruido y lo he encontrado tras cinco roces de mi dedo pulgar con el mando a distancia. En un programa de cotillas y mirones una muchacha se lavaba cuidadosamente los dientes; la rubia de ojos claros y orejas de soplillo lucía un escote censurable mientras discutía airadamente con su presunto amante ocasional. Tras descubrir un prominente lunar encima del pezón derecho he apretado el botón por sexta vez. En otros tiempos te hubiera tocado pero hoy no. Los desnudos aislados de deseo sexual tienen el mismo efecto en mi lívido que la piel verdosa sobre el forense que rebusca con mimo las razones de tu hasta luego.
Sobre el respaldo de la sillita del dormitorio continúan tu albornoz y las pantuflas, y en tu cajoncito la caja de preservativos que jamás estrenamos. Imagino que en tu apartamento con el muchacho de la barbita, los rizos y la batita blanca que tan poca gracia te hacía tampoco los necesitaste. Llámame y pasas a recogerlo todo, o te lo llevo donde quieras y, de paso, hablamos. Hablamos de él, del resto y ponemos punto y final al punto y coma que colocaste en nuestra historia para aclarar tu cabecita loca. Cuando me lo dijiste no entendí nada hasta que lo supe todo.
¿Qué hago con tu ordenador portátil? El virus ha infectado nuestras últimas conversaciones en Facebook. “A la mierda los románticos de la tinta china y el papel blanco”, decías. “Aquí escribo y borro lo que quiero y comienzo historias nuevas con el único pago de un click”. Onomatopeyas tan poderosas como crueles. En la carpeta 2015.doc fui protagonista principal de los relatos con final feliz, después un secundario respondón y elegante y ahora un triste figurante con gabardina sobre mis hombros y una maleta con ruedas para emigrar en lo irrelevante de un capítulo insípido; uno más en el atrezo de una novelita ligera con un epílogo que ya sé.
Lo sé. Darling, tú has muerto y aunque hayas muerto te esperaré.
#Siempre
P.