jueves, 8 de diciembre de 2011

Torrero 1941

Las campanas de San Antonio anuncian las siete en punto de la mañana. He consumido mi última noche en esta maldita celda de Torrero. Mi piel mana miedo en forma de sudor, el mismo de los otros veinte compañeros que han compartido conmigo decenas de miles de penurias en poco más ocho metros cuadrados.

Me acompañan dos soldados franquistas, uno a cada lado. Enfilo la Avenida de América con el mentón arriba, todo lo contrario que el viejo Fermín; el hombre camina cabizbajo a las canteras de yeso donde se arrastra de sol a sol. A mi paso una camisa azul con sangre negra levanta el brazo mientras prepara los Heraldos del 20 de agosto de 1946.

Recorro un par de kilómetros a pie entre miles de pinos recién plantados. A mi espalda una tapia de ladrillos agujerada por el odio.

- ¡Disparad a mi cabeza!- Ruego desesperado.

Estos ocho niñatos son capaces de tirar a la pierna y hacerme sufrir como un perro con la única intención de que mi muerte no atormente sus conciencias.

- ¡Carguen armas! ¡Disparen armas! ¡Fuego!- Balbucea el oficial bajo su enorme bigote

El mando me remata en el suelo No tengo nombre pero formo parte de la historia, historia de verdad. Soy el fusilado 3.543 en la tapia de Torrero, el último.