domingo, 10 de mayo de 2020

La pestaña de María

María me contó aquella tarde que sólo había sido capaz de contar bien la historia de una pestaña. Su pestaña. La describió con delicadeza y ternura. Con amor. La manoseó a través de su imaginación y un teclado antediluviano, en aquellas frías aulas de la Universidad de Navarra; casi la degustó. Fue increíble.
Mientras, el resto de machotes peludos la miramos con desdén y pretendimos minusvalorarla hablando de física cuántica; del Pedro Sánchez de entonces y sus coaliciones, de Bush y Putin o del nuevo Papa, sin saber que aquel pantalón nos venía enorme. Ella, a su ritmo y desde su pequeño universo, relató la experiencia de aquella pestaña oscura y larga como una cuarentena, con la que protegía sus retinas verdes de toda la mierda que quería infectar aquel lugar impoluto. Le pusieron una nota excelente y a nosotros no.
     Echo de menos aquella sencillez. La turba de hoy sólo sabe hablar en bruto y grueso. Acabo de darme un garbeo por la poza séptica tuitera. Allí damos clases de sanidad, política, economía, cultura y vida; lo que toque sin el más mínimo rigor y a través felonías pretenciosas e incluso mal peinadas. Las cuentas oficiales y las que se parapetan bajo pseudónimo. Todas.
     Ruego a la autoridad competente una multa. Por cada chorrada, diez años de confinamiento (revisable). Por cada trola, mil. Y se acabó. Que aprendan de una vez que lo sencillo no es simple, las subjuntivas lían y que los tiempos pasados, a veces, fueron mejores.
Hubo un momento, décadas atrás, en el que la chavalería jugaba a ser novios en mayo. Un muchacho imberbe pretendía a un mujercita guapa y al revés. Quedaban sin guasap ni Facebook. Se encontraban y estaban cogidos de la mano desde las seis y hasta las diez y media. Todo lo que se contaban estaba construido de manera lógica: un sujeto, un verbo y un predicado. Y punto. Era un instante en el que hablaban de lo que sabían, quienes más sabían y ningún lelo discutía cada una de sus decisiones, sobre todo si en la conversación había coronavirus, pagos, deudas, ERTES o planes de desconfinamiento.
Benditos dieciocho, María. Y malditos treinta y siete.