miércoles, 29 de septiembre de 2010

O sí. O no

Estoy en el Parque Grande de Zaragoza, un lugar cojonudo para pensar y para escribir. Con mi cuaderno panticuto y un boli televisivo. Venecia está al fondo (al menos sus pinares); a mi derecha Las Ocas, la terraza del granizado de cerveza. La terraza ideal para pasar un rato bueno con alguna niña buena. O mala.

Sigo sumergido en una dimensión reflexiva. Todavía no he vuelto al nivel de la biblioteca y al de Green. A mi lado no para de pasar gente. Niños, niñas, señores, señoras, adolescentes, adolescentas, miembros y miembras.

Son las siete y media. Pasan dos chicos de la mano. No tendrán más de 15 ó 16 años. Los dos sonrientes, felices y enamorados, a su manera, pero enamorados. El Parque es un lugar cojonudo para pensar y para escribir. Para disfrutar de tu chica y tu chico. Y es que todos hemos disfrutado de un primer amor. Ese que nunca va a acabar porque va a durar toda la vida.

“¿Quieres salir conmigo?”, tres palabras y dos interrogantes. “No”, una palabra. “No pero”, dos palabras. “Sí”, un millón de palabras. Tan difícil y tan simple como son las preguntas importantes.

Un sí es una liberación. Abandonabas el club de los solteros para pasar al de los ennoviados. Tienes a tu chica, para siempre. O eso crees. Violines, cancioncitas pastelosas y flechas de Cupidini que le decía a aquella. Pero no quiero hablar de amores sino de desamores. Porque toda historia a esas edades tiene un principio y un final, y como escuché una vez en la radio, las historias con final feliz son muy aburridas. O no. Quiero hablar de ese primer gran desamor quinceañero en el que el corazón se parte en 10.000 trozos diferentes imposibles de encajar.

Hablo de chicos y chicas... porque el dejado y el dejador puede ser cualquiera de los dos. No entiende de sexos sino de situaciones. Y esa primera vez es complicada. Porque no la ves venir. O sí.

La primera relación no suele ser muy larga. O sí. Tan solo unos meses, muy intensos al principio y mucho más apagados con el paso de las semanas. Como en todas las rupturas siempre hay una persona que sufre más que la otra. “Es que... tenemos que hablar”, “Es que... ya no siento lo que sentía antes”, “Es que... lo quiero dejar”. La boca se queda seca. Por no hablar de la otra frase mítica, cumplidora y jamás cumplida: “Pero quedamos como amigos eh?”.

Un alubión de recuerdos, historias, sudores, buenos, malos y regulares aparecen por tu cabeza como una cascada infinita que no tiene final. Tu ya ex novia emprende otro camino diferente al tuyo, diametralmente diferente. Dicen que no hay ruptura que no sea dolorosa y más con 15 añitos. Creo que tiene razón. A esa edad y a cualquiera necesitas un tiempo de duelo, cada uno el suyo. O no. 15 añitos, en los crees ser una persona madura y no eres más que un chavalín inocente. Lo peor de la ignorancia es creer que sabes aquello de lo que no tienes ni puta idea. De un solo golpe, con tres frases tan cortas, el empujón a la otra realidad es atroz. Nada te puede consolar. El ya se te pasará no sirve prácticamente para nada. Tan solo supone una luz al final de un túnel largo y oscuro, oscurísimo, casi negro en el que acabas de empezar a caminar. O no. Cada detalle te recuerda a la otra persona, cada movimiento, cada anécdota, cada lugar, cada paso y cada cada. Todo. Porque no te acuerdas de los defectos sino de las virtudes. Tienes un filtro en el que se quedan los errores de la otra persona para sólo ver los buenos.

El sueño de volver a revivir esos cadas es eso, un sueño, del que te despiertas con el paso de los días, de las semanas y los meses. Porque los caminos se han separado y si se vuelven a cruzar deberá ser en circunstancias diferentes. Las que había ahora no han funcionado. Pero eso con 15 años se ve en un horizonte demasiado lejano.

Los amigos están ahí. Sí. Siempre. Los de verdad. El “o no” ahora no es válido. Los amigos están ahí. No los del minuto 1 de ruptura sino los que están hasta el minuto 90. Que coño hasta que el árbitro saca la tablilla del descuento. Y los hay.

La dificultad de todo esto radica con el paso de los días, de las semanas y de los meses. Tu ruptura ha dejado de ser una novedad y has ingresado al club de los solteros sin fecha de caducidad. Porque el recuerdo siempre esta ahí. 15 añitos y el mundo se ha derrumbado en tu cabeza. Vuelta al Green de turno, al bar de turno y al rollo de turno. Ese de turno que es tu vida y que tanto te gustaba hace un tiempo y que tan poco te gusta ahora.

Pasan los días y los días y más días y el recuerdo quinceañero no se muere. Dos días despejado, cuatro nublado y tres con tormentas. Que después y sólo después, sólo después y después se transforman en dos nublados, cuatro despejado y las tormentas se las lleva algún anticiclón. ¿Os acordáis del “quieres rollo”?. Pues alguna vez, con un poquito más de trabajo... funciona y llega el calor aunque sólo sean unos minutos. Y el tiempo pasa.

El segundo muro, altísimo, llega un tiempo más tarde. La otra persona, en su camino diametralmente diferente al tuyo, encuentra a otra persona que le llena más, menos o igual que tú. O no. Lo de nunca te olvidaré, lo de siempre estarás ahí., lo de amigos para siempre se diluye tan rápido como todo lo que sentía tu ex novio o ex novia. Él o ella ya ha pasado toda esa época de recuperación, Lógicamente cuando él o ella te deja ha recorrido mucha parte del camino que tú acababas de empezar. Sí o sí. Tú, que creías que la habías pasado después de varias noches de anticiclones, vuelves a derrumbarte. Los amigos siguen ahí, tu gente permanece dispuesta a ayudarte, pero llega el momento de cada uno. Tú con 15 añitos te tienes que recuperar solo. Todos es nuevo y debes comenzar a crecer solo. Uff cuando la encuentras por la calle con su nuevo chico y ves reflejada las mismas sensaciones que sentías, en otra persona. Un hijo o hija de puta, lo sea o no lo sea, es un hijo o hija de puta que te ha robado esas vivencias y se las ha quedado él. Porque él o ella siguen sin tener defectos. Y a fuerza de golpes creces. Y creces. Y creces.

Y es en ese momento cuando afrontas el problema de cara, cuando descubres la verdad de la otra personas, la combinación de virtudes con defectos, todo cambia. Cuando ves que el mundo, la vida, las relaciones, los amigos, los bares y los ligues sientes que la vida continúa. Todo continúa. O no. O no.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos... y alguna cosa más

El verano, el calor, las vacaciones y las circunstancias me hicieron olvidar este blog que con tanta ilusión creé, la misma que me ha faltado estos meses para volver a escribir.

Porque uno cuando escribe debe estar 100% en sus letras y, sobre todo, en sus puntos. Seguidos, a partes y finales. Porque de todo debe tener uno en su camino.

Mi función de hoy no describe vivencias del pasado, quiere ir un paso más allá que seguramente tendré que volver hacia atrás. Es un experimento creado en mi retiro de las montañas.

Estaba en mi puta aldea, esa que de niño tan poco me gustaba y esa que ahora necesito de vez en cuando, aunque la visite menos de lo que me gustaría. Comienza un año complicado. Complicado y más. Por todo. Porque ya es el quinto trabajando, porque como dice mi paisano Enrique porque las cosas cambian y no estamos aquí de visita. Espero que me permitan que les contradiga un poco”. Enrique, escribiendo siempre has sido un sabio.

Pues eso, que estaba en Panticosa de retiro vacacional. A mí me gusta andar, y andando, andando y andando he visto una imagen que me ha devuelto palabras a la cabeza; ideas, palabras, puntos y comas. Y, a la vez, los dedos del teclado.

Por una de las sendas más impresionantes del Valle de Tena y de todo el Pirineo marchaba entre Panticosa y Hoz de Jaca. Son algo menos de hora y media en la que la luz desaparece en un túnel de árboles, ramas, flores, plantas, piedras moscas y mosquitos. Iba solo. Me gusta andar solo con mi mochila, un bidón de agua y esas sudaderas que las madres meten cuando nadie mira. Iba solo, pensando. Pensando y pensando. Pensando, pensando y pensando. Porque pensar es bueno y si estás solo y de retiro espiritual, mejor.

De repente un ruido me sorprendió. Unos pasos fuertes, decididos. Era otra persona que hacía la excursión en dirección contraria a la mía. Iba sonriendo y muy amablemente me dijo: “Buenos días”. No iba vestido con ropa deportiva como podía ir yo. Tampoco era un señorcito Lacoste, de esos que luce palmito en las montañas una mañana al año y que lo comenta entre sus colegas Ralph Laurent los 364 restantes. No. Era un hombre cualquiera, vestido de una forma muy cualquiera, que probablemente conocía senda piedra a piedra porque la había recorrido cientos de veces. Sé que vive en Panti, de vista, pero poco más.

Probablemente no haya ido a una gran ciudad en los últimos meses y no se crea que el mundo se vaya a caer por los mismos problemas por los que nosotros le haríamos arder. Él tiene suficiente con sus árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos.

Y entre mi pensando y pensando pensaba en ese hombre y sus preocupaciones. “¿Qué pocas preocupaciones tendrá?”, me vino a la cabeza. Y a la vez me di cuenta de lo tontísimo que puedo llegar a ser. Seguro que había pasado mil vivencias, diferentes a las mías pero para él, seguro igual de importantes. Dificultades, seguro que más complicadas. Pero sonríe, dice buenos días y continúa feliz piedra a piedra.

Nuestros problemas, esos que creemos que son pilares de nuestras vidas sólo son anécdotas. Los pensamientos pasan, las vivencias pasan, los problemas pasan y mucha gente también. Lo que para nosotros es vital es, realmente, circunstancial. Una sonrisa y un paseo. Una conversación y un tiempo. No hace falta tanto porque todo pasa. Un día me dijeron “Hay cuatro personas de verdad importantes en tu vida y dos son tus hermanos, tus padres que son uno y te faltan dos. El resto: pasa”. No lo pensé, ahora sí. Que todo tiene solución y en un túnel, aunque sea de árboles, ramas, flores, plantas, piedras, moscas y mosquitos, también puede disfrutarse.

Tu ciudad, mi Zaragoza, tu Madrid, tu Pamplona, tu Valencia y mi Panticosa no significa todo sino una parte. Las ciudades son bonitas con los semáforos en ámbar. Sí. Pero hay que disfrutarlas encendidas y apagadas. Se encienden y se apagan. No pienses que eres el ojo del mundo ni su culo, porque no eres tan importante. Uno, con su paseo sus moscas y mosquitos, también puede disfrutar del túnel.