lunes, 3 de agosto de 2015

El tema de la espera

La felicidad cubre el teclado con una nube opaca, luminosa y dulce. Ese azúcar rosa y virgen impide que las yemas de los dedos se deslicen arrítmicamente entre puntos. Maldigo mil veces a la felicidad si lo que tengo en frente es un rostro pálido. Hoy por fin ha oscurecido. Sonrío. El teclado es ahora lúcido.
Adoro la noche. Yo soy más yo cuando, tras el cristal, los ojos esféricos parpadean en ámbar y los neones delgaditos invitan a una copa con o sin postre. Hoy las vecinas no duermen y los búhos hacen guardia permanente por lo que pueda pasar. Esta miscelánea de plumas y retinas circulares vigilan que la señora del visón descanse y la jovenzuela del quinto baje a tentar al jovenzuelo con su fino violín y faldita corta. Yo las deseo. Ya lo dijo Orwell: Lo mejor de una tentación es caer en ella.
Hoy me apetece escribir apoyado en una barra golfa. El maestro Muñoz Molina reconoce haberlo hecho en su última novela (insufriblemente densa cual polvorón). Ha escrito por instinto, a bocanadas. Tragos de realidad y ficción demasiado cargados, con mucho hielo, sin orden ni concierto. Dice que, en ocasiones, encontró caminos sin salida y que, simplemente, volvió atrás. Es un tipo listo; seguro dejó alguna miguita de pan para saber volver a la senda correcta.
Qué fácil es decirlo cuando tintas la barba en claroscuros, entonas acento jienense y talento infinito. Tú juegas con ventaja amigo mío. Tú eres Muñoz Molina y yo un treintañero despistado tras un remolino de minutos curvos.
El camino correcto se esconde entre trescientos sesenta grados de muchas sendas y algunas (no muchas) autovías asfaltadas. Me encuentro más cómodo en la cara norte que en la sur pero reconozco que, de vez en cuando, miro de reojo más allá de Despeñaperros e incluso levanto faldas escocesas cual manolarga despistado. Sólo mirar. No tocar.
         Para encontrar la autopista al cielo hay que tener la sed justa y la lengua educada para reconocer el mejor caldo. No vale con un trapo ajedrezado en la muñeca, sonrisa chinesca y buen rollito. Paciencia porque un par de raciones de arroz tres delicias de medio tenedor fast food quizá te asqueen antes de que llegue un Goxua maravilloso. Tu estómago no admitirá más bocados y ese pastel del sur vasco se lo comerá el siguiente comensal suertudo. Hay que saber esperar y, sobre todo, saber descartar lo que oro parece y plata no es.  
         Algún malnacido lleva GPS en su bolsillo izquierdo. Yo los he visto. Maldigo a los tramposos que marcan las cartas en una pocha tras la buena comilona. Ojalá se les gaste la batería y cuando lo necesiten de verdad no sepan dar un solo paso más hacia adelante. Yo no seré generoso. Pasaré de su dedo autoestopista por trileros y les sacaré mi corazón manual por la ventanilla. Jodeos. Una cosa es la solidaridad con los necesitados y otra un imbécil que cargue con una panda de timadores en el asiento de piel de mi regional express.

Beatifiquemos a los equivocados que se dan la vuelta, piden ayuda pero jamás hacen trampas. Francisco, seguro, apoya mi moción.