jueves, 4 de agosto de 2011

Qué noche la del aquel día: las dos y media


Son las 2 y media. Lucía ya se esconde bajo el edredón de su cama aunque sé que para que concilie el sueño deberán pasar un puñado de minutos más. Mis labios han dejado de sangrar y dos costras sirven como estanque.

La oveja en la que se ha convertido la bestia está apoyado al otro lado de la puerta pero he colocado el tocador delante para que no pueda abrirla ni un solo centímetro. Se han caído todas las fotos y todas los adornos de falsa plata que un día nos regalaron para que barnizásemos esta oscuridad con un poco de falsa felicidad. Me da igual. Tan solo recojo la foto de Lucía que la aprieto contra mi pecho con todas mis fuerzas, sólo por ella debería estar agradecida de ti toda mi vida. Me duelen más sus gritos que tus golpes. Está desesperada porque necesitaba ver a su madre dar un paso hacia delante.. Ella fue fruto de un amor que se marchitó con el paso de los días, quizá de los meses, pero no de los años, porque nuestro primer aniversario resultó el peor día de toda mi vida.

Aquel día llegaste tarde. Yo había preparado una cena de ensueño con velas, la vajilla de mi madre y el mejor salmón de todo el mercado. Había comprado jamón del bueno y ese vino que tanto te gustaba. En el postre venía lo mejor porque nuestros cuerpos iban a dar su primer fruto en sólo nueve meses y quería celebrarlo haciéndote le amor; pero ni siquiera pude servir el aperitivo. Aquel día escribió la primera cita de una eterna lista de días desesperantes. Abriste la puerta, yo me había comprado un vestido nuevo, pero no me miraste. Fue la primera vez que no olías al perfume que acompañaba tu cuello cuando eras adolescente. No entendí nada, no vocalizabas nada coherente y te recriminé que vinieras así.

- Por favor Martín siéntate y descansa, ¿Qué ha pasado?

- ¡Cállate puta! Maldita, zorra buscona y habladora.

- Pero ¿por qué me dices eso?- Te dije con mis ojos a punto de estallar. Y entonces tu mano me dio la primera bofetada de toda mi vida. La primera de mil.

Luego averigüé y, no porque tú me lo contaras, que se rumoreaba algo sobre una aventura entre tu amigo Dani y yo. Pero en lugar de preguntármelo a mí decidiste creer a cuatro correveidiles y alcahuetes de ese bar del infierno debajo de esta casa. Jamás he vuelto a abrir su cortinilla, tú sin embargo sabes quién se ha limpiado con cada una de las servilletas grasientas que se arrastran por el suelo desde la hora del desayuno. Te juré por la niña que aquello fue anterior a conocerte. Y juro por mi hija que ojalá en estos momentos estuviera al lado de Daniel. (CONTINUARÁ...)

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