jueves, 1 de septiembre de 2011

Qué noche la del aquel día: fin

Las siete

Son las siete y está amaneciendo. Por las persiana de nuestra habitación entran los primeros rayos de luz. Lucía se despertará para acudir al colegio, volveremos a disimular, ella se dará cuenta y también disimulará y seguiremos viviendo en una función de teatro en la que los tres somos los únicos actores. Tú hace un rato que no dices nada. Estarás pensando en cómo solucionar nuestro problema, lo sé.

Cada vez estoy más convencida que te debo dar otra oportunidad, porque tus golpes ya no son morados sino amarillos pasajeros que, en unas horas, habrán desaparecido. Sé que estás pensando en lo nuestro; en silencio, como se debe reflexionar. En el fondo seguimos teniendo mucho en común, a los dos nos gusta pensar, nos arrepentimos y sabemos pedir perdón. Voy a encender la radio, una cancioncita lenta, esas que bailábamos abrazados cuando todavía respirábamos como dos adolescentes. Seguro te darás cuenta de que mi silencio se rompe y espero un beso de los tuyos y que esto sea sólo un mal sueño, una pesadilla de la que ya me he despertado.

“Aún me acuerdo de ti aunque quiera no puedo negarlo...” Mi canción favorita de La Habitación Roja retumba en mi corazón. Subo el volumen y tú respiras más fuerte. No hace falta que lo hagas, tonto, porque sé que me esperas arrepentido. La tremenda ola de confusión ha pasado y vuelves a ser el de antes.

Mañana buscaremos un psicólogo y pondremos fin a estas tonterías, a estas peleas de enamorados sólo encaminan a reconciliaciones.

Las ocho y media

Son las ocho y media. No hemos dormido pero este silencio de siete horas ha servido para que nuestro amor vuelva a donde nunca debería haber salido; lo de ayer no pasa de anécdota entre dos personas que se quieren. Lucía preguntará mil veces por mis heridas porque está en esa edad que lo quiere saber todo; yo me habré caído, otra vez, por las escaleras “Maldito reúma”.

Ha llegado el momento de salir de este rincón y darte un abrazo; perdonarnos mutuamente y mirar hacia delante porque todos, y más tú, te mereces otra oportunidad. He sido una egoísta, lo sé. Además tú debes ir al taller a trabajar para sacarnos adelante. Siempre he admirado cómo te levantas cada mañana para darnos de comer. Te mereces un respiro en el bar hablando de tus cosas con tus amigos, esas que yo no alcanzo a solucionar.

Alguien toca a mi puerta; como casi siempre llegas en el momento que debes, cuando todo ha amainado y el primer sofocón se ha disuelto; mis prontos son inaguantables.

La puerta se abre y yo te espero con mi mejor sonrisa. Pero no eres tú.

- ¿Qué pasa Luci?

- Mamá, desde las cuatro papi no ha parado de roncar y yo no he podido dormir.

- ¿Qué?

- Que papá no ha parado de roncar. ¿Mami por qué lloras? ¿Mami por qué lloras? ¡Mami no llores!

- Luci, cariño, marca el teléfono de la yaya, que yo no puedo abrir los ojos.

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