lunes, 12 de octubre de 2020

Los ídolos

Nunca jamás cruces ni una sola palabra con alguien a quien admires. Ni una. Ni un respiro, ni tampoco un beso. Nada. Tu mito se diluirá a la misma velocidad que el ínclito larga palabritas por su boca. Descubrirás que se trata de un mediocre más en un mundo tibio y que las distancias entre su verbo y tus valores no son lunares. Ni muchos menos.  

En mi lista de personajes que jamás quiero conocer está Carlos Alsina. Jabois y Amón. También Santi Balmes y David Trueba. Gasol. Eduardo Mendoza. Estuvo Sabina pero ya no. Como Herrera. Y desde hace un tiempo sí, Marta García Aller. Pocos más. Si me encuentro con alguno, cerraré los ojos y balancearé millones de elefantes sobre la tela de una araña hasta que el silencio, cada vez más caro en estos tiempos, lo vuelva a ocupar todo. La ignorancia crea ídolos y el conocimiento, desgraciadamente, los destruye.

Y no estamos para derrochar, ni mucho menos. Esta España cainita y de trincheras anda escasa de gente a la que admirar; de yemas que escriban dos palmos por encima del suelo. Letras en peligro de extinción, las llamaría yo. Los buenos murieron, otros marcharon y algunos que parecían nadar por encima de la mediocridad, se han quitado la mascarilla. Largan en la poza séptica tuitera, en el guasap, en las páginas de un periódico, en una conversación de ascensor o en la lista de la compra hasta infectarlo todo con su brocha gorda.    

       Por eso ruego callar y, en el caso de hablar, no decir toda la verdad. Racionarla a cucharaditas y en cantidades saludables. Las miserias propias, cómanselas solos.

Un setentón curioso las devora semanalmente en la suite de un hotel, no muy lejos de aquí. De la 622 sale cada jueves a mediodía, cabizbajo y tímido, con dos bellezas de barbita fina y músculo cultivado, una en cada brazo. Lo hace antes de volver a su hogar feliz con esposa, hijos, jardín y perrita. Le pregunté que qué les daba a esos muchachotes. El señor respondió sincero: dinero y asco.

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