viernes, 5 de mayo de 2023

Media vida

 

De todo lo que nos ha ocurrido, parece que ha pasado media vida. Porque todo ha pasado demasiado rápido. Pasa y, de repente, pasó. Un desayuno y cenamos. El verde está en rojo y luego en verde. Y en rojo. También pasa un paseo (de domingo), la cafetería y su café, la galletita de cortesía, el tintineo de la cucharilla, el trago y otro trago, la conversación y lo que surja después. Quizá, un abrazo o un beso. Llega la despedida. Y siempre adiós.

Los menos echan de menos parar. Un respiro, aunque lo provoque un atasco impertinente. Quizá los cláxones engullan de forma compulsiva el ruido exterior y aparezca el momento íntimo en el que todo se detiene. Las miserias patrias, las laborales y las domésticas quedan congeladas y surge lo amable. Fuera, dentro y más adentro.

Los abuelos eran sabios. Ellos sabían detener la vida y lo hacían. Julio o agosto sucedían lentos, casi cansinos. La yaya se sentaba en la hamaca despacio. El niño se remojaba en la piscina temeroso. Y el abuelo mataba moscas con saña. El lunes y también el domingo. Se acostaban temprano, sesteaban y no madrugaban. La mente, poco a poco, lograba vaciar cada verbo mal conjugado y cada sustantivo faltón hasta no quedar ni letra. Nada. Y en septiembre, todo olía a nuevo.

Pero nosotros no. Cuando toca mirar al cielo y contar nubes, viajamos para ver mil sitios sin observar ni uno solo de los mil lugares. El puente y el museo. Mira. La catedral y el acantilado. Corre. Y la tienda. Más. Y la Iglesia. Y el farol. Sube. Y el rincón. Venga. Foto. El pub. Bebe y come. Más. La hamburguesa, y el cordero y el codillo. Qué rica. Más. Más. Otra foto. Esta para Instagram.

Los ojos se quedan ciegos de tantos flashes y pulgares azules arriba. De tantos comentarios ruidosos e insípidos. La lengua los suelta sin orden y el saco de la memoria se llena de basura inútil. Pero eso no lo sabes hasta después. Hasta que estás rodeado pero solo, lo confundes todo y recuerdas nada. Hasta que lo único que ilumina aquellos viajes caros es la luz del teléfono móvil.

Él y ella. Ellos. Y ellas. Todos creen vivir tan pegados que casi empañan sus retinas con el aliento. Ignorantes. No saben que entre pantallas hay demasiada distancia. Casi media vida.






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