martes, 4 de diciembre de 2012

Economía de la penuria



Sexto día. Aburrimiento, me tienes contra las cuerdas.
Llorar vende, con lágrimas y sin lágrimas. En tiempos de garbanzos contados llorar vale más que cualquier eurito (rubia, cuánto te echo de menos). Hemos vuelto al trueque pero no al de conejos por judías sino al de miseria por guita.
Diferenciemos y dividamos, con decimales. Todos atravesamos temporadas en las que los sudokus son muy complicados, quizá demasiado. Amontonamos problemas, los míos, seguro que más importantes que los del tendedero de enfrente y viceversa (bonita palabra manchada por la caja tonta). Podemos llorar, por supuesto; de hecho debemos llorar antes de reflotar nuestra patera o transatlántico. Paso de los duritos de espíritu con corazón trilero. Lloramos porque nos da la gana y porque es necesario para resolver ecuaciones de grado infinito. Fin.
Lo que no soporto es el dolor público. Una lágrima no debe estar adjetivada; la real cae al suelo por pura Ley de Newton, la falsa necesita plomos de calificativos pedantes para recorrer el mismo camino. Llorar no es un torrente de tristeza que desemboca en el baúl de nuestra alma; llorar es llorar y punto. Escucho por ahí a personas que presumen de estar dolidas porque la vida les debe una cara (“que malamente lo estoy pasando”). Yo les respondo: llora pero pelea y si no cállate. Esa gente de lágrima extrovetida, la que guiña un ojo a su ego cuando escucha “es que estás fatal”  me da náuseas. Vivo día a día lo del "pobrecito y pobrecita, ya sabes como es. Diez minutos y todavía no le han traído la botella de oxígeno". Lo que se calla esa gentuza es que, cuando nadie mira, respiran hondo por lo bajini, de tapadillo. No me refiero sólo a la falsa tuberculosis física sino principalmente a la no física. Orgasmo literal al escuchar plañideras mientras predican “Soy un o una desgraciada o desgraciado”.
Minutos no sobran pero a mí hoy sí me han sobrado y se los he regalado a la caja tonta. Soy un tío generoso. He visto como un fulano ha llorado y se quería marchar del plató, y un señor de nombre compuesto le ha replicado que sea valiente y muestre ese dolor al mundo “No te hagas el duro muchacho, estoy harto de que te hagas el duro, comparte estas lágrimas con nosotros”. Aplausos y ha llorado tapándose los ojos pero con los dedos abiertos. Sólo tiene una palabra: estafador. Cárcel para esta gente por intentar reblandecer corazones con el objetivo de que la hucha del cerdito suene. No hay seres más miserables que los que timadores de la lágrima. Hoy por hoy, con el frío que hace, hasta con eso se compran mantas.
Aburrimiento te he ganado otra batalla gracias a mí, a mis cosas perdidas y al Cartero de Neruda. De repente, 136 páginas en 48 horas me han servido para ver que no sé adjetivar, pero no miserias sino relatos.

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